El gesto de matar la corrida de su familia en Madrid -175 años de vida de la ganadería- se convierte en un fiasco
Devueltos los dos toros de sorteo. Imposible repetir sus éxitos de 2015 y 2016 en Pamplona y Sevilla
Pero cumple con honra y oficio con dos buenos sobreros.
Madrid, 11 jun. (COLPISA, Barquerito)
Domingo, 11 de junio de 2017. Madrid, 32ª y última de San Isidro. Veraniego, muy caluroso y seco, 36 grados. Algo de viento sur. 22.490 almas. Dos horas y diez minutos de función. Cuatro toros de Miura, un primer sobrero -2º bis- de Buenavista (Clotilde Calvo) y un segundo sobrero -5º bis - de El Ventorrillo (Fidel San Román). Rafaelillo, silencio y saludos. Herido leve por el cuarto: dos puntazos corridos en muslo y axila. Dávila Miura, silencio y saludos. Rubén Pinar, silencio en los dos. Dos buenos puyazos de Alfonso Doblado al sobrero de En Ventorrillo. La eficacia con capote y palos, y el sentido de la oportunidad de Miguel Martín, que ha echado una gran feria. A punta de vara Florito metió en toriles a los dos toros devueltos en apenas medio minuto. Al segundo, por derecho y corriendo hacia atrás; al quinto, conduciéndolo por tablas. Muy celebrado el trabajo.
UN DISCRETO CORO de palmas al asomar Eduardo Dávila Miura por el portón de cuadrillas. Rotas las filas después del paseo, rompió una ovación sonora y no hubo más remedio que salir a saludar al tercio. Eduardo sacó con él a Rafaelillo y Rubén Pinar. Ceremonia cumplida. Se tiene en Madrid por gafe que un espada salude antes de empezar la batalla. Y por gafe insuperable que saluden los tres. La corrida era la celebración en Madrid de los 175 años de vida de la ganadería de Miura en manos de una sola familia.
El argumento, sin embargo, no era tanto lo redondo de la efeméride como el hecho de que Eduardo Dávila hubiera decidido apuntarse a la celebración. Tras nueve temporadas en retiro, Eduardo reapareció en 2015 en Pamplona para matar la corrida del cincuentenario de la divisa de la familia en sanfermines. Fue un éxito. Hace un año mató en Sevilla la corrida de Miura por parecida razón: el cincuentenario de la ganadería en la Feria de Abril. Y otro éxito. La idea de cerrar en Madrid el ciclo de celebraciones cayó por su peso. Pero.
La de Miura de Madrid no fue ni la de Pamplona ni la de Sevilla Ni la del año pasado ni el antepasado en San Isidro. Nada que ver. Ni en hechuras ni en trapío. Ni en peso: un promedio de 540 kilos en plaza de primera se antoja demasiado ligero para ser Miura. Ni en condición. Ni las formas ni el fondo. La nobleza casi pajuna del toro que rompió plaza –una impropia versión de toro artista- no es novedad en la ganadería. Sí sorprendieron para mal el renuncio y la manera de blandearse en varas del cuarto, uno de los dos toros que pasaron el listón de los 600 kilos, pero toro rollizo y atacado. Tercero y sexto no pudieron con su sombra ni su alma.
Se derrumbó el quinto solo después de un primer puyazo. Al cabo de una desafortunada lidia y ya en banderillas se fue al suelo el segundo, que, por lo que fuera, había sido protestado de salida. Fue, por cierto, el toro de más patentes reacciones propias de un miura. El quinto, el más talludo de los seis, abierto de cuerna, rodetes negros en las astas –señal de miura-, echó las manos por delante con díscolo aire, pero salió de una dura vara única derribado como en un acoso campero.
El sector torista de las Ventas se encendió en cuanto saltó la primera chispa y el castigo para la corrida fue severo: tres de los solo cuatro toros que murieron en la arena se arrastraron entre fuertes pitos. Más dolorosa fue todavía otra circunstancia: los dos sobreros tuvieron mucha más plaza que cualquiera de los seis de sorteo. Enteros y poderosos se movieron y dieron buen juego. En particular el quinto bis, de El Ventorrillo, de caro son, y no tanto el de Buenavista, que había sido enchiquerado como sobrero no menos de diez veces en la feria y lo acusó de partida.
No se contaba con que el gesto de Dávila Miura fuera a resultar en cierto sentido un tiro por la culata. Los dos toros de la familia, al corral. A cambio, dos toros imprevistos, con los cuales anduvo Eduardo firme, seguro y tranquilo. Afrontando el destino sin un solo gesto de contrariedad. Al toro primero le había hecho un buen quite de tres verónicas y media; al segundo lo fijó con media verónicas muy bien tirada; al quinto le aguantó de salida tres apretones en serio. Eso fue todo lo de miura que pudo llevarse a la boca.
Con los dos sobreros se entendió sin dudas. Al de Buenavista lo toreó despegadito pero en dos últimas tandas lo ligó a gusto en redondo, y remató con pases de pecho de caro trazo. Al de El Ventorrillo lo toreó con cabeza y corazón: la distancia, el terreno, los tiempos de una faena bien rimada y ligada, el toro vino encantado, los de pecho –dobles en casi todos los remates- fueron espléndidos. La naturalidad misma, que ha sido sello de Eduardo desde que empezó de novillero hace veintitantos años. A los dos sobreros los pinchó arriba una vez antes de cobrar sendas estocadas letales. Un minoritario coro reprochó a Eduardo que saliera a saludar tras despachar el segundo sobrero. Le cayeron encima protestas que no iban por él, sino por el apellido.
Rafaelillo lidió con su autoridad de siempre, sin dar un respiro a ninguno de sus dos toros, llegó a firmar muletazos desmayaditos con el primer miura y trató por activa y pasiva de enredar al cuarto, desganadísimo. Sin éxito sino todo lo contrario. En un gañafón defensivo le pegó el toro dos pitonazos. Rubén Pinar se llevó del sorteo los dos toros más deslucidos. Anduvo con los dos resuelto y fácil.