TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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PAMPLONA. Crónica de Barquerito: "De Jandilla, sí, pero no de Pamplona"

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TOROS. Crónica de la corrida de Pamplona

Pamplona: 10ª de feria

La Feria del Toro, la mejor de los últimos años, se cierre con una corrida terciada. El Juli cumple con mal lote; Castella, dos orejas del mejor de la tarde. Firme Perera

Pamplona, 14 jul. (COLPISA, Barquerito)

Pamplona. 10ª de San Fermín. Lleno. Veraniego, algo de viento fresquito.

Seis toros de Francisco de Borja Domecq Solís. Todos, con el hierro de Jandilla, salvo el cuarto, que llevaba el de Vegahermosa. Corrida en tipo, pero terciada para ser de la partida de Pamplona. Segundo y tercero se emplearon con buen son. El primero, enfermo, con llamativa hinchazón de vientre y pecho, escarbó dolido y no se empleó. El cuarto escarbó afligido con la cara entre las manos: muy deslucido. El quinto se defendió en regates y ataques de toro a visado. De más a menos un sexto de buenos apuntes.

El Juli, de violeta y oro, silencio en los dos. Sebastián Castella, de perla y negro, dos orejas y saludos. Miguel Ángel Perera, de moscatel y oro, ovación en los dos.

LA CORRIDA que cerró  la octava de San Fermín salió en tipo, el tipo de Jandilla, pero no en la línea del toro de Pamplona. Menos armada y con menor cuajo que cualquiera de las siete previas. Apenas había escarbado ningún toro en esta feria –y es probable pero no está probado que la carrera del encierro sea el antídoto- y de pronto dieron en hacerlo como posesos  los dos del lote de El Juli: un primero abombado que, corneado en los corralillos o en el encierro, tuvo que ser inyectado antes de saltar al ruedo, y un cuarto que metió la cara entre las manos en señal de mansedumbre. Escarbar es señal de muchas lecturas: agresividad, cobardonería, reservonería, incertidumbre. Todo un poco.

 

Esos dos toros que tanto escarbaron se dejaron pegar en el caballo. Y ya no más. El primero, inflado como de aire o gas, abotargado, parecía un globo a punto de reventar. Al escarbar se encogía, y, al encogerse, olisqueaba y remoloneaba. Ese era su punto incierto. El Juli lo lidió con loable brevedad. No más de dos docenas de muletazos. No estuvo de más ninguno. Ni hubo ninguno que no tuviera su razón de ser. Sin tiempos muertos la faena. Para que el toro no pudiera ni pensar. Toques de Julián para decidir dónde y cuándo. Y, en su momento, una estocada arriba.

El cuarto jandilla escarbó  antes de ir el caballo. Picazón o mansedumbre. Lo que fuera. Lo propio de tantas corridas de Jandilla como se han corrido en Pamplona era su templado arreo. Pues este cuarto toro fue al revés. Un par de taponazos antes de ponerse a trabajar y la renuncia sin disimulo cuando hubo que emplearse. Ni en los medios ni en las rayas. En tablas, ya afligidito, se defendió del todo. El Juli no le perdió la cara ni tampoco pasos. Lo cuadró cuando convino, agarró al segundo viaje una estocada trasera y al segundo golpe de verduguillo acertó. Y rodó el toro, de tan pobre nota. Cinqueño, 550 kilos, se llamaba Exquisito. En el encierro tan movido y peligroso de la mañana, el último de los ocho de San Fermín, ese toro Exquisito hizo sudar la gota gorda a mozos y pastores. A la hora de la función cantó la gallina.

Dos jandillas hicieron los honores al hierro: un segundo salpicado, arremangadito y apuntado, muy bien hecho, de pronto y leve compás; y un tercero colorado, terciado, lavado, de bondadoso carácter. Con el segundo de corrida se esmeró Castella. Un pastueño galope, una embestida dulzona. La cara alta en los viajes por la mano izquierda; descolgado el toro cuando vino tocado por la derecha. De coser y cantar la faena porque el toro tuvo codicia. Más entrega que fondo. Ningún misterio. Castella anduvo a placer. Los circulares cambiados y un cambio de manos en un palmo parecieron grandes alardes. Una estocada. Dos orejas. Vivo y con pies, el tercero tuvo candor de golondrina, prontitud de ardilla, la docilidad sencilla del toro-jandilla. El toro ideal para un torero recién salido de cornada: Perera. Firme y vertical, seguro el torero extremeño, que se puso, abrió y descaró sin pausas ni dudas. Uno de esos trabajos tan suyos, tan de Perera: sólido, estoico, templado, grave.

El quinto hizo cosas de las que sólo hacen en Pamplona los toros que acusan el resabio del encierro. Perdigonazos primero, fuego graneado después, cabezazos defensivos. No de ir por la presa sino de sacudirse los engaños. En uno de los derrotes el toro prendió a Castella por la ingle y le pegó una voltereta que vino a indisponerlo todavía más. Pese a los regates y pese a sentirse blanco de la diana, Castella no se inmutó. La forma de sostenerle al toro el pulso fue llamativa: por su carga de seco valor. Ese valor de no darse ninguna importancia. Lo incierto del toro aconsejó abreviar. Cuadrar y matar.

El último toro de San Fermín se llamaba Filósofo, negro mulato. De ritmo vivo en la partida primera. Y con frescura Perera toreó de capote: las manos bajas y en línea lances de mucho castigo. En corto las tomas del toro y rápido el dibujo, apurado. Dos puyazos en regla resultaron excesivo castigo. En banderillas esperó el toro y en la muleta sintió enseguida el pulso poderoso de Perera como si fuera un yugo. También escarbó ese sexto y último toro de la feria. Que ha sido, por lo demás, feria de grandes toros. Una docena y media de buena nota. La de Jandilla parecía de pronto corrida de otra feria. No Pamplona.

Última actualización en Jueves, 15 de Julio de 2010 08:26