El lote peor de Garcigrande, en manos del torero de La Puebla, que deja marcada la corrida
Una buena faena de Luque sin premio
Un palco errático y sin criterio concede orejas sin petición
Sevilla, viernes, 9 de mayo de 2025. (COLPISA, Barquerito).- 14ª de abono. Primaveral. Lleno. 10.000 almas. Dos horas y casi media de función. Seis toros de Garcigrande (Justo Hernández).
Morante, saludos y saludos tras aviso. Daniel Luque, vuelta y una oreja. Tomás Rufo, aplausos y oreja.
EN LA CORRIDA DE Garcigrande vino un tercer toro que fue como un caramelo de dulce y de bueno, tuvo cuerda y motor, se abrió para dejarse todavía más de lo que se dejó, duró y duró, y repitió las embestidas sin una sola protesta. Enlotado con ese cremoso bombón colorado y rechoncho entró en acción un sexto más serio que cualquiera de los cinco previos, más toro, que, distraído de salida, descarado a la salida de lance, se recostó y enceló con el caballo de pica en dos puyazos sin demasiado castigo ni entrega ni quebranto pero que amenazaban con dejarlo sin bofe. Tomás Rufo no salió a quitar pero sí lo hizo casi por sorpresa Morante, que llevaba siendo de nuevo protagonista mayor y a ratos sublime de la corrida a pesar de haberse llevado el lote de más pobres prestaciones. Nadie había visto ese sexto toro antes de banderillas, salvo Morante, que en la misma boca de riego dibujó tres verónicas de caro compás y remató con media. En el remate del remate el toro le desarmó.
Pero de pronto se había visto claro por las dos manos el aire del toro, que descolgó en la muleta sin demora y duró también pronto y entero. Rufo le pegó al delicioso tercero muchos capotazos antes y después de un puyazo tarsero y rectificado. Muchos capotazos, demasiados. Y muchos, demasiados muletazos, de rodillas en una apertura efectista de faena, en la distancia luego para de golpe acortarla y acabar encima y ajeno a lo que el toro pedía. Con ese error de estrategia se le fue yendo el toro poco a poco. Y se le fue. Una estocada desprendida, y adiós. La faena del sexto estuvo mejor planteada -visto el toro, no cabía esconderse- pero se mantuvo fresca en un primer tramo, hasta que dejó de estarlo. Hubo buenos muletazos sueltos y arrastrados con la izquierda, pero fueron los menos. Con la diestra, en corta distancia, toreo raudo y rehilado. Y una buena estocada.
Al buen juego de esos dos garcigrandes se sumaron otros dos. Un segundo que huyó mucho de partida, se acostó por las dos manos y echó la cara arriba en banderillas, pero Daniel Luque le dejó pulido y dócil como por arte de magia. El toro acabó rajado después de haber trabajado bien y no poco porque la faena de Luque, la única completa de toda la tarde, fue muy mandona, cabal y poderosa, armada, templada y severa, y tuvo, por la mano izquierda, media docena de muletazos a cámara lenta. Y una estocada. El palco, la dejó sin premio en una decisión inexplicable, pero premió sin apenas petición la faena de un quinto que fue noble y con el que Daniel se amontonó inesperadamente. Faena declinante de más muletazos que inspiración.
Tal vez pesara el rescoldo de la ambiciosa faena de valor y exposición formidables de Morante con un cuarto toro muy astifino que no tuvo ni medios viajes, no paró de probar, mirarlo, medirlo y buscarlo, y, por tener algo, tuvo el poder de generar las más intensas emociones de la tarde y seguramente de la feria. Con su resolución habitual -puesto a torear ya, sin pruebas ni esperas- abrió Morante faena con tres estatuarios cosidos con un molinete, dos trincheras y el natural de salida. La tanda fue como un resorte que puso en pie a la gente.
La paciencia, el arrojo seco, el aguante y la firmeza fueron mayúsculos, mientras el toro estaba más pendiente de los dorados del chaleco de Morante que de la liviana muleta blandida como engaño inocente. La tensión fue creciente porque Morante no cejó y por la mano derecha marcó algún muletazo de categoría. Uno cambiado de pecho con la muleta deslizada por el lomo fue magistral. Cuando ya no hubo nada que rascar, Morante se vino desde los medios, donde pasó todo, hasta la barrera para cambiar de espada. Un pinchazo, una estocada y un aviso.
Y, sin embargo, cuánto costó seguir toreando después. Casi lo mismo había pasado después de torear Morante a la verónica en el recibo del primero. Ocho lances cosidos con un compás propio, precedidos de unas chicuelinas y tres meros capotazos suaves de saludo. Pues lo mejor estaba por llegar: la revolera de remate, un asombro. Nada que ver con las revoleras convencionales y al uso. Otra cosa. Pareció otra suerte. El toro, muy remolón, se vino abajo a las primeras de cambio, reculó, se paró, claudicó. Un regalo, pero Morante le pegó con la izquierda muletazos enroscados de los caros sin darse mayor importancia. Un pinchazo hondo y un golpe de cruceta.