TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Sevilla. Crónica de Barquerito. Roca Rey al borde de la Puerta del Príncipe.

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Con todo a favor -el lote de la corrida de Victoriano del Río, una mayoría de público incondicional y dos orejas del tercer toro-, no da con la tecla para redondear la tarde con un buen sexto


Sevilla, miércoles, 7 mayo de 2025. (COLPISA, Barquerito)- 12ª de abono. Primaveral. Lleno. 10.000 almas. Dos horas y media de función. Seis toros de Victoriano del Río.

Perera, vuelta al ruedo y silencio. Juan Ortega, silencio en los dos. Roca Rey, dos orejas tras aviso y ovación tras aviso.

Un quite providencial de Daniel Duarte a Antonio Chacón a la salida de un par al tercer toro. Notable a caballo Óscar Bernal.


EL TORO DE la corrida de Victoriano del Río fue el tercero. Un dije: astifino, armónico, bajo de agujas, corto de manos, 500 kilos. Apenas picado -dos picotazos, o uno y medio-, pronto a todo reclamo -a los lances mixtos de recibo de Roca Rey, a un quite de Perera por gaoneras- y a galope tendido en banderillas, y entonces persiguió de bravo. Crudo y entero llegó al tercio de muerte. Y al servicio y la disposición de Roca Rey, que se tomó su tiempo en llegarle luego de un brindis ceremonioso y jaleado desde el platillo. No había enigma que resolver. Después de una tanda de estatuarios cosidos con un cambio por la espalda, trinchera y uno largo de pecho, Roca se fue hasta los medios. Bien colocado, trazó y ligó una primera tanda de cinco en redondo con el de pecho. El toro, fijo en el engaño, obediente, ya dejó ver un ritmo más que singular. Toro con música.

La banda se arrancó antes de que Roca se metiera en harina y se embarcara en una faena larga, castigada por largas pausas, librada por capítulos, que fue acortando distancias de tanda en tanda -el final fue directamente entre pitones- y no se salió del manual de instrucciones salvo en una primera tanda con la zurda de seis ligados de trazo largo abrochados con un molinete y, a la salida del molinete, el de pecho. El logro más redondo y elocuente. En busca del circular inverso hasta lograrlo, a pies juntos o apenas abierto el compás, una tanda en redondo rehilada de gran efecto, Roca, la figura verticalísima, fue, con el público rendido incondicionalmente, dueño de la escena y se pavoneó sin exagerar. Ni un muletazo rozado, seguridad al acompasarse a los viajes tan boyantes del toro. Solo que antes de ir siquiera a cambiar de espada sonó un aviso. Tras el aviso, una estocada en corto y por derecho inapelable. Una oreja y al rato, la segunda. Aplaudieron el arrastre del toro. La vuelta al ruedo de Roca Rey duró un siglo. Nunca se había parado tanto en Sevilla para celebrar su reencuentro.

La intriga a partir de entonces consistió en calcular la posibilidad de que Roca abriera la Puerta del Príncipe. No la abrió. No por falta de oportunidad, porque el sexto toro fue, después del tercero, el de mejor nota de la corrida de Victoriano del Río. A este sí hubo que picarlo. Roca lo había parado y recibido con sucesivos mandiles ganando pasos hasta el platillo, donde remató con una chicuelina y media de excelente vuelo. Pareció confiado en la apertura de faena en tablas toreando por alto y al aire del toro, que en el remate lo desarmó. No es que hubiera que pelearse con el toro, pero costó acoplarse con él bastante más que con el dulce tercero. La firmeza, la misma. El hilván de la faena, con cambios de terreno, no. Con la izquierda vino la tanda más redonda pero desplazando demasiado al toro, la mano baja, algún pequeño golpe de viento. El final fue donde quiso el toro y no Roca, dentro de las rayas. Dos pinchazos, un aviso entre los dos, y una estocada atravesada. Como las noticias taurinas vuelan en Sevilla a la velocidad de la luz, a las nueve y media de la noche no había más de diez curiosos esperando en la Puerta del Príncipe.

Juan Ortega, que firmó los lances y los muletazos más cadenciosos de toda la corrida, se vio castigado por un lote de mala nota. Un segundo que se fue barbeando tablas después de banderillas y, bronco al tomar engaño, se rajó sin remedio al cabo de una breve justificatoria. Y un quinto burraco que no hizo más que cabecear y pegar trallazos. Ese toro se llevó puestas seis verónicas y tres medias muy lindas y, en la apertura de faena, tres pases cambiados de castigo a cámara lenta. Y una estocada en los bajos.

Pese al aura de su triunfo de la víspera con el toro de Santiago Domecq que ya figura en las quinielas como toro de la feria, Perera cedió protagonismo a Roca Rey y a Juan Ortega. Con un primer toro codicioso pero informal  -alguna embestida rebrincada, amago de sentarse- armó una sencilla faena de buen compás, brillante en los remates de tanda, inteligente para sujetar al toro cuando quiso largarse y gobernarlo en su querencia. Una buena estocada. Y una vuelta al ruedo muy celebrada. Terco empeño con un cuarto celoso y revoltoso, sin entrega, que acabó parándose.

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Cuaderno de Bitácora.- Al salir del Museo a la una y pico, camino del hotel y al tomar la calle de Rafael Calvo, me ha llegado un olor a puchero de no sé qué casa de la calle San Roque. Un puchero sevillano. Y quién pudiera... Como el de los tilos de primeros de verano en Azpeitia o Pamplona, el aroma del puchero casero de una casa de Sevilla llega hasta el fondo del pulmón. Y todavía dura.

El amigo Pastor Torres me había recomendado la exposición de Francisco Leygontier, el primer fotógrafo moderno de la Sevilla del XIX. Hijo de un sombrerero francés instalado en Sevilla pocos años antes de que los Miura le hicieran la competencia, fue marinero y militar, aprendió en Burdeos el arte nuevo y en 1845, cuando los Miura crearon su mítica ganadería, abrió su primer estudio fotográfico. Con éxito de crítica y público, y el patrocinio de la corte de los Montpensier. Su obra, la de la exposición, es casi en exclusiva de monumentos andaluces, no solo sevillanos, pero el Alcázar se lleva la palma.

No me ha llamado demasiado la calidad, aunque sí la idea del rescate de un pionero. Hay una foto del torero Manuel Domínguez, vestido de torero según la moda instaurada por Francisco Montes "Paquiro", que recuerda el terno que sacó Morante en la corrida del pasado lunes. Y un picador a su lado montado en un caballo que, como el de Velázquez de La rendición de Breda, mira a la cámara como si estuviera posando.

El Museo, como siempre, un oasis.

Leyendo la historia del edificio -un convento mercedario castigado por la Desamortización de los Bienes  de la Iglesia de 1836 (?)- he sabido que Tirso de Molina, fraile mercedario, vivió en él durante algunos años a mediados del XVII. De modo que la leyenda del Burlador de Sevilla no le fue extraña.

Última actualización en Miércoles, 07 de Mayo de 2025 21:54