Dos orejas de premio para una faena de gran seriedad y una estocada excelente
Corrida desigual pero con dos toros muy completos
Ginés Marín, una estocada magistral, le corta una oreja a uno de ellos
Tarde negada de Castella
Pamplona, martes, 9 julio de 2024. (COLPISA, Barquerito)
Pamplona. 9ª de San Fermín. Lleno. 19.720 almas. Bochorno, nublado. Dos horas y veinte minutos de función.
Seis toros de Victoriano del Río. El sexto, con el hierro de Toros de Cortés.
Sebastián Castella, silencio tras aviso y pitos tras dos avisos. Emilio de Justo, silencio tras aviso y dos orejas. Salió a hombros por la Puerta Grande. Ginés Marín, una oreja y silencio.
NO FUE UNA CORRIDA en escalera, pero casi. Y no por la báscula -un mundo entre los 520 kilos del primero y los 620 del quinto- sino por las hechuras. Y por la edad: cuatro cinqueños, y entre ellos esos dos, y dos cuatreños, que fueron bastante feos. Un cuarto montado, largo y estrecho, llamativamente nalgudo, de rara traza, y un sexto del hierro de Toros de Cortés, el segundo de los hierros de Victoriano del Río, anchote y relleno, muy corto de cuello y de estilo muy diferente a todos los demás. O sea, que, siendo corrida dispar, los cuatreños acentuaron esa nota.
La disparidad fue notoria en la conducta y el fondo de los cuatro cinqueños. Dos toros de alta nota, tercero y quinto, cuya condición de bravo tampoco fue la misma. Más agresivo el quinto, con mayor viveza el tercero. Al uno le ajustó las cuentas Emilio de Justo en una faena de gran seriedad -por el ajuste, por la ligazón, por el aguante, por su buen gobierno- y al otro, que romaneó y derribó en la primera vara, le encontró el cómo Ginés Marín en un trasteo sencillo, ligero, algo retórico, más logrado por la mano mejor del toro, la izquierda, que por la otra.
Con sus vaivenes y concesiones -la apertura de rodillas, el final por bernadinas, la inevitable vueltecita flamenca, una ligereza con la que tanto se prodiga para rematar tanda pero sin toro cerca ni delante-, la faena de Ginés tuvo el broche de una estocada por el hoyo de las agujas. Con ella honró su merecida fama de estoqueador sobresaliente. En el apartado del lunes había recogido el premio a la mejor estocada de los últimos sanfermines y volvió a presentar de nuevo su candidatura.
Lo hará en competencia directa con Emilio de Justo, que se echó encima de los dos toros de su lote con un arrojo muy particular. El volapié puro, cuando tanto importa el juego del engaño en la mano izquierda para vaciar la embestida del toro, que suele ser la última. La estocada del segundo cayó ligeramente trasera, el toro se fue a tablas y, recostado en ellas, tuvo una muerte resistidísima, casi dos minutos tragando sangre que provocaron la impaciencia de las peñas de sol pero también el reconocimiento de la gente de sombra. La estocada del quinto lo hizo rodar sin puntilla. Una muerte rodada de toro es un espectáculo caliente en la plaza que sea, pero en Pamplona se vive como un verdadero acontecimiento. La celebración es una especie de unánime alarido.
El toro de la larga agonía, negro salpicado, con el aire transparente de su fiable procedencia Algarra, contó como uno de los buenos. Pronto y codicioso, una vuelta de campana al enterrar pitones antes de varas, dos puyazos muy nocivos y cierta fragilidad nerviosa. La codicia casada con la falta de equilibrio obligó a Emilio de Justo a empeñarse en la media altura y sin castigar más de la cuenta. La apertura con doblones no fue la mejor idea. En cambio fue brillante la de ser breve. Entre otras cosas porque se venía de una faena interminable de Castella con el noble pero apagadito primero. Solo al final, después de incontables pausas y paseos, se decidió Castella a prender al toro por el hocico y llevarlo empapado y retemplado en una tanda que apenas alivió el sopor de tantos tiempos muertos,
El toro de peor puntuación fue el cuarto, bravucón en el caballo, lidiado con manifiesto descuido y protestón en la muleta. Muchos derrotes, un aire incierto, llegó a levantarle los pies a Castella en el embroque de un pase de pecho. Terco, Castella insistió a pesar de que el toro no paró de pegar cabezazos. El castigo fue severo: dos avisos después de cuatro pinchazos, una estocada tendida y un descabello. Se enfadó la gente de sol, que acababa de merendar. Distraído, la cara arriba en el caballo y repuchado, frenado, incapaz de completar dos viajes seguidos, el sexto fue en la muleta remolón. Impropio de una ganadería que incluso en tarde de prestaciones dispares deja alto el pabellón.
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Cuaderno de Bitácora.- La frontera entre Burlada y Villava está marcada por una rotonda solamente. Se pasa de un pueblo al otro con solo dar un paso. No está claro si son o no vecinos rivales. Lo cierto es que la línea transversal de la Mancomunidad de la comarca de Pamplona, la línea 4, toda ella de autobuses oruga, tiene la cabecera en Villava. A los autobuses de Pamplona, como sabe medio mundo, se les llama villavesas. Es el genérico. Y se les llama villavesas por razones obvias. La 4 tiene una extensiòn a Huarte, y otras dos hasta Arey y Oricain. El destino es único: Barañain. Las villavesas de Villava se identifican como 4V. Las de Huarte, como 4H. Todas pasan por Burlada y cubren el primer ensanche de Pamplona, la Ciudadela y los Hospitales. Una de las líneas de transporte urbano colectivo mejor pensadas que conozco. El problema es la frecuencia de paso.