TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Madrid. Crónica de Barquerito. Fernando Adrián, por tercera vez a hombros en su solo tercera tarde en las Ventas.

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Devaluada por la baja forzosa de Morante, y convertida en falso mano a mano, la corrida de la Beneficencia depara al torero de Torres de la Alameda un soberbio toro de Garcigrande y un triunfo labrado con quietud, ajuste y fe


Madrid,9 jun. (COLPISA, Barquerito)

Las Ventas. Corrida de la Beneficencia. Fuera de abono. 21.074 almas. Revuelto, nubes y claros, primaveral. Dos horas y cuarto de función. La infanta Elena, en el Palco Regio, en representación del Rey Felipe.

Cinco toros de Garcigrande (Justo Hernández) y uno -4º- de El Pilar (Moisés Fraile), que completó corrida.

Morante, anunciado, se cayó del cartel por enfermedad. No fue sustituido. Sebastián Castella, división tras un aviso, silencio y silencio. Fernando Adrián, oreja, silencio y oreja, salió a hombros.

Álvaro de la Calle, sobresaliente, no fue invitado a intervenir. Pares excelentes de José Chacón, que lidió con tiento al quinto.

DOS DE LOS cuatro toros cinqueños de Garcigrande fueron de nota. Un primero colorado y carnoso, mantecoso, muy bien rematado, de docilidad y dulzura particulares. Bondad franciscana, perfecto son pastueño. Y un sexto negro de excelentes hechuras, serio cuajo -casi 600 kilos- que se empleó en el caballo más y mejor que ninguno, arreó en banderillas y, pronto de bravo, noble de bravo también, codicioso ritmo, boyantes repeticiones, fue en la muleta muy completo.

Al bendito colorado le pegó Castella de salida lances y requetelances limpios, cortos y huecos, Fernando Adrián quitó en su turno por tafalleras, media cordobina y revolera. Castella se sintió provocado y replicó con un raro quite mixto de altaneras y hasta cuatro largas que el toro tomó por abajo y en rectitud, y repitiendo.

El quite de Adrián y el de réplica fueron el único y mínimo atisbo de la rivalidad que se supone en un mano a mano de verdad. Con la baja de Morante, la corrida de la Beneficencia quedó convertida en una corrida de dos espadas. Después de los quites Castella y Adrián no volvieron a verse las caras en toda la tarde.

Antes de asomar el que iba a ser el toro de la tarde, el último, la corrida se vivió muy bacheada. No solo porque Castella no dio pie con bola ni con el toro de caramelo  -paseos periféricos, tandas convencionales de toro pasa y nada más-, ni con el bondadoso flojito tercero de El Pilar que completó corrida, salió planeando del caballo y mereció mejor trato, ni menos aún con un quinto anovillado que acababa de tomar la edad y fue muy protestado desde los Altos del 7, este año identificados con una pancarta fija. Como ese quinto tenía buen aire, a pesar de su fragilidad, Castella, terco, se empeñó con él. Los censores hicieron sonar las palmas de tango cuando el toro, afligido, se paró sin que Castella hiciera intención de cortar, y entonces reaccionó la parte contraria. Después de una estocada, silencio. Y pitos en el arrastre para el toro.

La división de opiniones entre los Altos y los demás ya se había hecho notar en la primera faena de Adrián, que, abierta con banderas y una costalada del toro, noble y frágil, no pasó de discreta y voluntariosa. Calentada con recursos populares cuando convino: el circular cambiado por la espalda, un arrimón de tirabuzones, un desplante a pelo y una tanda de inefables bernadinas. Una estocada. Y una oreja generosa. A la hora del recuento pesarían las cinco largas afaroladas de rodillas con que Adrián recibió al toro en tablas.

Picado trasero, el cuarto salió del caballo claudicando, perdió las manos en banderillas y se pegó una costalada en la tercera embestida. Se acabó sujetando, pero los intentos de Adrián fueron subrayados con oles de rechifla por quienes más de una vez habían coreado y palmeado varias veces el “¡To-ros, plas-plas-plas, to-ros!” de rigor.

Parecía que la Beneficencia iba a saldarse con más pena que gloria pero quedaba una bala: el sexto toro, que pesó ya de bravo en los lances de recibo, puso enseguida a todo el mundo de acuerdo y rompió a embestir sin demora. En el platillo una tanda de rodillas de Adrián, cambiado por la espalda incluido, fórmula Roca, que prendió furor febril en la mayoría. Toro de inagotable fondo, y faena de firmeza y ajuste incuestionables pero falta de la magia del temple. Duros los muletazos con la izquierda, más suaves las dos tandas lineales con la diestra. Y, en fin, una fe conmovedora, porque, después de una estacada defectuosa, rodó el toro, la petición de oreja encontró respuesta inmediata y el torero de Torres de la Alameda entró en el libro de los récords: solo tres tardes de matador de toros en las Ventas y tres salidas a hombros.

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Cuaderno de Bitácora.- El fresco que Rincón pintó para el murete del mercado de la Cebada en 1962 se está deteriorando y nadie hace nada. Unas filtraciones agua han eliminado por los dos bordes del friso los colores tenues que remataban el paisaje de la cornisa Oeste de Madrid, la cornisa goyesca. A los perfiles obligados -el Palacio Real, las torres primitivas de la catedral, los verdes del Campo del Moro, el Seminario neomudéjar, la cúpula de San Francisco el Grande- Rincón había añadido muchas otras cosas, desde los depósitos del Gasómetro a la torre de Santa Cruz, el viaducto, el ministerio del Aire, el Parque del Oeste, la Tinaja, la ermita de la Virgen del Puerto, las torres de San Miguel, San Andrés y el Sacramento...

Un panorama monumental. La traza cubista de todos los elementos, deudora de la pintura mural de Vázquez Díaz, sus colores suaves y la inteligente distribución de los elementos hacen del fresco de la Cebada una pieza singular. La están dejando morir.
Última actualización en Lunes, 10 de Junio de 2024 08:29