Corrida mansa y sin fuerzas de Sorando, parcheada con dos sobreros muy deslucidos
Se estrellan contra un muro tres de los diestros que mejor y más despacio torean del escalafón
Madrid, 8 jun. (COLPISA, Barquerito)
Las Ventas. 26ª de feria. Lleno. 23.800 almas. Nublado, fresco. Dos horas y veinte minutos de función.
Cuatro toros de Román Sorando, uno ´3º bis- de José Vázquez y otro -6º bis- de Montalvo..
Diego Urdiales, silencio en los dos. Juan Ortega, silencio en los dos. Pablo Aguado, silencio en los dos.
Tarde completa en brega y banderillas de Jorge Fuentes. Un excelente par de recurso del Tito Robledo.
CHORREADO EN VERDUGO y bien llenito, frío de salida, el primer toro de Sorando se movió gateando con viveza antes de varas. Urdiales le sacó los brazos y se compuso en lances notables. Mansito, sin descolgar, justo de poder, se tuvo mal que bien después de un estrellón sonado contra el burladero de capotes. Midiéndole las fuerzas y perdiéndole pasos, Urdiales le dio trato delicado. A pulso y laboriosamente, llegó a pegarle con la zurda algunos muletazos perfectos. Estaba echando los bofes el toro cuando Urdiales pretendió seguir faena por la mano más potable del toro. No le dejaron seguir. Un pinchazo y una estocada en la suerte contraria.
No fue gran cosa lo visto, pero nadie contaba con que ese toro primero, pitado en el arrastre, y esa breve faena inconclusa iban a ser lo mejor que llevarse a la boca en un fin de feria desdichado. La corrida de Sorando, elegida para uno de los carteles de mejor argumento de San Isidro, dio al traste con todas las ilusiones. Estaba en juego la vacante de Morante en la corrida de la Beneficencia con toros de Garcigrande. Vacante ofrecida tácitamente a cualquiera de los tres de terna: Juan Ortega, Pablo Aguado y el propio Diego Urdiales. No fue posible sumar méritos.
Los toros pares del sorteo eran cinqueños. Fueron de muy mala nota los tres. El segundo, escupido del caballo de pica en dos de sus tres ataques y dolido en banderillas, fue toro en fuga incorregible. Ortega se ofreció. No hubo manera. Una buena estocada. El cuarto, descarado y astifino, cabeceó contra el peto y solo pegó violentos cabezazos en la muleta. Terribles trallazos. Armado de ánimo y paciencia, Urdiales obró el milagro de pegarle tres derechazos ligados a muleta puesta. No quiso más el toro, que, ingrato y mirón, se apoyó en las manos. El sexto, compendio de mansedumbre en la salida, pegó dos arreones terribles, se derrumbó tras cobras dos varas y fue devuelto. De los cuatreños del turno de impares, el tercero, muy alto de cruz y grandón, salió lisiado de una dura vara y un picotazo solo señalado, no llegó a caerse pero apenas se tenia y fue devuelto en banderillas con dos pares ya puestos. El quinto, el único toro de pinta barrosa en toda la feria, de cañas muy finas, escurrido de cuartos traseros, sin rematar pero astifino de cepa a pitón, fue muy protestado pero se libró de la devolución por los pelos. Al cuarto muletazo -bellas banderas de Ortega asido a la tabla cimera en terrenos de sol- rodó por la arena. Puesto por delante no dejó a Juan pasar con la espada. Cuatro pinchazos, un descabello.
Ya llevaba tiempo en barrena la corrida. Al sobrero cinqueño de José Vázquez le había pegado Pablo Aguado cinco verónicas a cámara lenta en el recibo. Aunque el toro estuvo por irse siempre, ningún celo, Aguado quiso empeñarse. Un consejo anónimo y sabio: “¡Mátalo”!. Y mejor así: una notable estocada sin puntilla. El último toro de la feria, un inmenso sobrero colorado de Montalvo que se soltó sin divisa, fue de partida brusco, sufrió en varas un ajuste severo de cuentas y llegó a la muleta amenazando con desencuadernarse, tambaleante. No hubo causa. Por primera vez en San Isidro, una mayoría de banderilleros vestía de plata. La norma venía siendo de los ternos de azabache.