El torero de Espartinas se entrega con un soberbio toro temperamental
Un quinto de corrida fuera de serie, pero Talavante no termina de centrarse ni de redondear con él
Espectáculo notable
Madrid, viernes, 31 de mayo de 2024. (COLPISA, Barquerito).- Las Ventas. 19ª de feria. No hay billetes. 24.000 almas. Primaveral, ventoso. Dos horas y cinco minutos de función. Cinco toros de Santiago Domecq y uno -4º- de Luis Algarra que completó corrida. Uceda Leal, ovación en los dos. Talavante, silencio y división tras aviso. Borja Jiménez, oreja y saludos.
Alberto Sandoval picó perfecto al sexto. Brega modélica de Álvaro Montes en banderillas con el quinto. Dos pares muy celebrados de Javier Ambel a ese quinto.
MUY ESPERADA, la corrida de Santiago Domecq había sufrido en los reconocimientos criba y purga. Hubo recambios sobre la marcha y a la hora del sorteo solo cinco toros y no seis. Incompleta, fue corrida de muy diversas hechuras. Por si quedaban dudas sobre lo largo de la ganadería. Tres cinqueños: un segundo codicioso pero frágil que enterró pitones después de un primer puyazo y perdió demasiado las manos; un tercero de vivo temperamento, con su punto fiero también, de son más bravo que ningún otro, agresivo por la mano izquierda; y un quinto monumental, pobre de cara, muy alto de cruz y montado, 600 kilos, completo, sin tacha, noble de verdad, fuera de serie, candidato a toro de la feria, que embistió hasta casi la misma hora de doblar. Una ovación de clamor en el arrastre para ese toro tan singular, merecedor de la vuelta al ruedo.
Los dos cuatreños fueron de distinta condición: un primero pronto y bravo, de entrega y alegría muy particulares, y un sexto cargado de carnes que persiguió de bravo en banderillas, acusó un exceso de capotazos de brega y, rebrincado, receloso y pegajoso, se metió por la mano izquierda y no pudo ser el colofón perfecto para una corrida que, al margen de las intrigas de tramoya, no decepcionó a nadie. Completó corrida un hondo, hermoso y bien cortado cinqueño de Luis Algarra, cuarto de sorteo, noble, de templado son pero algo apagado. En tarde ventosa, todos los toros salvo el primero se jugaron al abrigo de las tablas de sol o entre las dos rayas y ni un metro más allá.
Después del paseo sacaron a saludar al tercio a Borja Jiménez para seguir celebrando todavía su tarde cumbre del pasado octubre con una corrida de Victorino, bien distinta por cierto de la que estaba enchiquerada. Solo que el temperamento tan fogoso del tercero de Santiago Domecq vino a ponerlo tan a prueba como cualquiera de los tres victorinos de otoño. Con Borja estuvieron volcados público y ambiente desde el momento en que se estiró en el recibo de este otro toro tan astifino y tan bien hecho de la nueva prueba que no pareció después de picado tanto toro como iba a ser después. Toro al ataque y repetidor desde el mismo comienzo: cuatro doblones engarzados con una tanda de cuatro redondos de rodillas impecables, tirados con compás, y el famoso rugido de Madrid por primera vez en una faena de notable intensidad, toro venido arriba, tempestuoso por la mano izquierda, claro por la otra. Tandas ligadas por la diestra, menos logradas por la siniestra a cite frontal siempre, Sin pausas, con la solución infalible del de pecho o el del desdén, según. Un desarme, resuelto con vuelta a la carga para ligar el circular cambiado con el de pecho y abundar en redondo antes de cuadrar Borja el toro. Un pinchazo, una estocada de muerte lenta pero sin puntilla. Un aviso, una oreja. Estaba el ambiente de dos. No hubo manera de refrendar toreo de tanta pasión con el sexto, que se le metió por debajo hasta tres veces y obligó a abusar de los toques antes de cortar.
Estaban esperando a Talavante los fijos del abono. La tercera de sus cuatro comparecencias en San Isidro. Como en las dos anteriores, la fortuna le sonrió en el sorteo. No el segundo toro, por frágil, pero sí el sobresaliente quinto, que no podía írsele de ninguna manera, pero. Pero una faena tan profusa como difusa, con sus golpes habituales de teatro, de muy elocuente apertura -estatuarios cosidos con cambio de espalas, pectoral, natural, recorte y el de pecho-, y dos tandas en redondo de ligero acento muy celebradas, vino a hacer tropezar a Talavante con su inefable mano izquierda, por donde no hubo ajuste ni armonía. Al pretender enmendarlo, la muleta retrasada, encima, demasiado encima, Talavante perdió el rumbo. Voces censoras, una mayoría a favor de obra, división ruidosa, una estocada atravesada -y el toro embistió con ella dentro-, un aviso y nada que llevarse entre las manos. Ocasión única.
Uceda Leal pegó al toro de Algarra los mejores capotazos y los mejores muletazos académicos de toda la tarde. Y la mejor estocada también. Su lindo quehacer con el toro de Algarra -momentos de toreo de alta escuela- no caló: latía el rescoldo de la faena premiada de Borja Jiménez. Uceda Leal no sabe torear mal ni hacerlo sin la elegancia de su natural compostura. Casi tres décadas de torero en activo y mantiene el físico casi intacto del día de su debut de novillero en San Isidro. Su verticalidad y esa muleta liviana y pequeña que en tardes de viento no protege.
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Cuaderno de Bitácora.- Lo propio o lo clásico -Roma, China, Japón, los Estados Unidos de América- es que los puentes lo sean de río. Viaductos también, pero no es lo mismo. Si acaso, los puentes de ferrocarril, que tanto se distinguen de los de agua dulce. El puente de Ventas está tendido sobre una autopista urbana de ocho carriles. Por debajo de los carriles corría un arroyo que en las crecidas arrasaba los viejos puentes pontoneros de la carretera de Aragón. Los puentes propios de Madrid son los del frente Oeste. Los puentes de un río de caudal pobre y canalizado: el famoso Manzanares, que no se parece en nada al Guadalquivir. Y los puentes de Sevilla y Madrid, todavía menos.