Desconcertado y exageradamente pasivo, el torero limeño tropieza en la primera de sus dos tardes de San Isidro
Digna confirmación de Jorge Martínez
Cayetano, cogido sin graves consecuencias
Madrid, Viernes, 24 de mayo de 2024. (COLPISA, Barquerito).- Las Ventas. 13ª de la Feria de San Isidro. No hay billetes. 24.000 almas. Veraniego. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros del Conde de Mayalde. Cayetano, silencio en los dos. Roca Rey, ovación tras dos avisos y pitos tras tres avisos. Jorge Martínez, de Totana, Murcia, que confirmó la alternativa, silencio y silencio tras aviso. Después de terminar la lidia de su primer toro, segundo de la tarde el diestro Cayetano, que había sido arrollado por el astado que abrió plaza que hizo hilo con él, al salir del segundo puyazo, pasó a la enfermería, en donde emitió el siguiente Parte Facultativo, el doctor Máximo Garcia Padrós: PARTE MÉDICO DE CAYETANO "Contusiones y erosiones superficiales. Contusión cervical pendiente de estudio radiológico. Erosión con hematoma en escroto y en región parietal derecha y cara anterior muslo izquierdo. Pronóstico reservado que no le impide continuar la lidia". En la segunda parte de la corrida se cambiaron los turnos para que Cayetano saliera de la enfermería para lidiar y matar el 6º. El nuevo matador Jorge Martínez estoqueó el 4º y Roca Rey el 5º.
SOLO EN EL primer toro, el de la confirmación de alternativa de Jorge Martínez y antes de confirmarla, pasaron en cinco minutos unas cuantas cosas. El toro de Mayalde, un mozo de 600 kilos, muy ancho y ofensivo, derribó en el primer puyazo, al salir arrolló a Jorge, lo prendió por la entrepierna y le pegó una voltereta. Fue solo el batacazo. No hizo el toro por él. Cayetano tuvo el gesto antiguo de quitar del caballo el toro en un segundo puyazo muy peleado y resuelto de casi fatídica manera. El toro arreó en oleada, hizo hilo con Cayetano, lo persiguió en una carrera de unos treinta metros y acabó cazándolo y pegándole una señora paliza. Un caso insólito: fue el propio Jorge Martínez el primero en socorrer a su padrino de alternativa.
Más áspero que violento, el toro pegó en la muleta muchos cabezazos, la cara por las nubes a partir de los quince viajes. A los enganchones se sumó al cabo un desarme. Como novillero, Jorge había dejado en las Ventas prueba sobrada de su valor y su calidad. Con este toro tan desapacible de la confirmación estuvo sereno y entero, seguro y puesto sin dudar. Se hizo respetar. Era la quinta corrida de toros que mataba en su vida. Un pinchazo arriba y una estocada sin puntilla soltando el engaño.
Ni las dos cogidas accidentales del primer toro. Ni el hecho de que Cayetano tuviera que saltar al callejón para evitar una nueva cogida en el toro de la devolución de trastos, que se le revolvió en el segundo viaje y lo buscó por debajo. Ni la muy celebrada primera faena de Roca Rey, estrella indiscutible del cartel y de la feria, aparatosa en la apertura, sencilla y rotunda por la mano derecha, sin acierto, ni ligazón por la otra -pegajoso por esa mano el tercer toro de Mayalde- y rematada con una estocada hasta el puño ladeada y sin muerte, llegó a sonar un segundo aviso cuando doblaba el toro.
Ninguna de esas cosas, tampoco el esmero y la naturalidad con que Jorge Martínez acabó pegándole a su segundo toro los mejores muletazos de la tarde, nada de eso iba a contar a la hora de hacer balance de la corrida, porque de manera impensada el sello de la fiesta lo iban a poner los tres avisos que Roca Rey escuchó en el quinto toro. El único cinqueño del envío, muy astifino, más serio y con más plaza que ningún otro. El toro imponía por todo. El gesto, la cara. Tardaron en salirle. Ni Roca ni Viruta, que estaba en turno de lidia. Trotón, tuvo tomada la plaza antes de tener a nadie delante, y cuando lo tuvo, asustadizo, volvió grupas al trote. Desconcierto general. De caballo a caballo para tomar dos picotazos en la puerta y dos puyazos, el primero, recostado y sin cabecear.
Todo por ver, cuando, tras un brindis muy parlamentado, Roca abrió en tablas faena con banderas. De ellas saló suelto el toro, pero al intentar irse de la tercera, Roca le echó los vuelos de la muleta, lo sujetó con un mero toque y cobró una tanda sorpresa y bien cumplida. Luego, cambió terrenos, el tercio, los medios, y se encontró con un toro incierto, de aire agresivo -guasa, se dice en taurino- que se lo puso difícil. Inseguro, Roca pareció agarrado a la muleta, muñecazos duros para vaciar los viajes sin gobernarlos, pasos perdidos por las dos manos, un cambiado por la espalda de repente, un intento de toreo cambiado en cercanías que protestaron los exigentes y, pelea perdida, la espada, que fue un calvario: tres pinchazos echándose fuera y una estocada caída que pareció suficiente pero no lo fue. Un aviso,. Otro cuando el toro se aconchó en tablas y Roca se resistió a tomar el verduguillo mientras crecía una bronca de época. Barbeando las tablas, el matador y su cuadrilla a distancia como meros espectadores, el toro tardó en echarse lo justo como para que sonara el tercer aviso en el momento de doblar. Un borrón para castigar la inexplicable pasividad con que el torero peruano pareció asumir una derrota con la que nadie contaba.
Cayetano tuvo el gesto de salir para matar el segundo de lote, un colorado gordinflón que perdió las manos una y otra vez. Y a este, como al que estuvo a punto de herirlo, lo tumbó de una estocada a paso de banderillas que es parte de su repertorio.
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Cuaderno de Bitácora.- Se tiene el descabello por una suerte menor del toreo, y tal vez lo sea, pero es una suerte decisoria. Los que sienten por ella un mal disimulado desprecio sostienen que no es ni siquiera una suerte, solo un trabajo de matarifes. La doctrina de los matarifes se atribuye a Antonio Ordóñez. Ni más ni menos. Y, sin embargo, es una suerte de riesgo. Si no lo fuera, no crearía tantos problemas como suele crear. Antes no tanto, pero de un tiempo a esta parte la temen muchos, la mayoría de los matadores de toros. No tanto por el riesgo como por el temor a que los fallos se puedan llevar premios ganados con la muleta y hasta con la espada. Entre tantas historias de las Ventas se cuentan desdichas por los fallos al descabellar.