Airoso, firme, entregado, imaginativo, clásico pero ajeno al canon habitual, el torero de San Fernando se hace admirar
Seria corrida cinqueña de "El Torero" con un quinto extraordinario
Madrid, Miércoles, 22 de mayo de 2024. (COLPISA, Barquerito).- Las Ventas. 11ª de la Feria de San Isidro. 15.460 almas. Primaveral. Dos horas y veinticinco minutos de función. Seis toros de “Toros de El Torero”. (Lola Domecq Sainz de Rozas). David Galván, ovación y una oreja. Álvaro Lorenzo, silencio tras aviso y división tras aviso. Ángel Téllez, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos.
Notable trabajo de brega de Juan Carlos Rey. Pares muy celebrados de Juan Navazo y Antonio Ventana, que saludaron.
EL TORO MÁS astifino y descarado de la seria corrida cinqueña de El Torero fue el primero de los seis. Tan astifino que, al desarmar a David Galán en el recibo, le rasgó de arriba abajo el capote por las vueltas. Un pitón como un estilete. Se empleo en serio en un primer puyazo encelado y engañoso. Pareció castigo sobrado y, tras un mero refilonazo, se cambió el tercio. Más entero de lo esperado, el toro, muy codicioso, se venció por las dos manos, rebrincado primero y descompuesto después, la cada alta. No fue sencillo estarse con él, pero se sujetó bien David Galván, que pagó las embestidas crudas y un punto inciertas sin perder las formas ni volver la cara. Una excelente estocada sin puntilla luego de una tanda de sedicentes, impropias y temerarias manoletinas.
El segundo fue tan ofensivo como el primero, pero más armónico. Con la salvedad del cuarto, la corrida toda cumplió en el caballo, pero el segundo lo hizo mejor que los demás. Romaneó en una primera vara formidable -el caballo, por los pechos- y tomó con fijeza un segundo puyazo. Pronto y codicioso de partida, se fue apagando en la muleta. Justo al revés que el primero. Álvaro Lorenzo le pegó sueltos más de un muletazo bueno, y más de dos de abajo arriba. Sin ligazón, no cobró cuerpo la faena, que se quedó en medias tintas. Dos pinchazos, un aviso, una estocada sin puntilla.
El tercero, grandón, montado, hechuras muy descompensadas -parecían dos mitades de toro distintas pero juntas en una sola pieza muy cargada de cuartos traseros-, tardo y receloso, se empotró en un severo primer puyazo, cobró un segundo trasero, esperó en banderillas y, para general sorpresa, rompió a atacar en cuanto vio la muleta. Nervioso, a atacar y repetir. Las dos cosas desarbolaron a Ángel Téllez a las primeras de cambio. El remedio -ponerse muy encima-- fue peor que la enfermedad. El toro campó por sus respetos, incluso cercado por el matador y la cuadrilla tuvo tomado el ruedo. Una estocada defectuosa soltando el engaño y un descabello. El enredo más raro de San Isidro. Tan raro como el cuajo del toro.
Fue muy distinto el aire de la segunda mitad de corrida. En primer lugar, porque el quinto, muy completo, fue un toro de particular calidad y excelente estilo. Y, además, porque el cuarto, extraordinariamente abanto de partida -se vino cruzado sin atender a engaño, midió por encima de las esclavinas, hasta pareció con problema de visión- y puesto por delante sin terminar de fijarse con nada, se reveló en la muleta con son del bueno y desde el primer viaje.
Galván lo trató con exquisita delicadeza. Bastó una sola tanda de doblones genuflexos abrochados con el de pecho a pies juntos y un molinete de salida para que se encendieran todas las luces, las de Galván, dueño del toro en cuanto lo llevó tapado y cosido al engaño, las del toro, de muy buen aire por la mano derecha pero no tanto por la otra, y las de la inmensa mayoría, encantada con una faena tan vibrante como imaginativa, ajena al monótono canon imperante. El runrún de las grandes ocasiones subrayó ese comienzo de faena, que tuvo una segunda tanda al calco de la primera, las pausas precisas, toreo retemplado en redondo y, en lo que pareció un final perfecto, una tanda de naturales ligados con trincherillas en conjunción perfecta. Toreo de tanta plasticidad como fondo. Hubo clamor. Procedía irse por la espada, pero Galván optó por seguir, una tanda más, faena de repente pasada, costó cuadrar, una estocada, una oreja indiscutible, casi las dos.
Álvaro Lorenzo no se llegó a acoplar ni ajustar con el quinto. Faena de tirar líneas. Un desencanto. El sexto cogió dos veces a Téllez sin herirlo. Afanoso pero desconfiado, sin sitio con la espada -cuatro pinchazos sin pasar, cuatro descabellos-, salió tocado de esta su única apuesta en la feria.
=========================================================
Cuaderno de Bitácora.- Los datos se empeñan en corregir algunas de las observaciones del pasado domingo a propósito del palacio arzobispal de la calle de San Justo. Estamos en Madrid. Ese edificio tan imponente, sorprendente por su traza singular, fue residencia veraniega del arzobispo de Toledo hace dos siglos pero no un palacio al uso como los de Sevilla, Zaragoza, Alcalá de Henares o Valencia, por citar solo algunos. La casa de los arzobispos.
Madrid capital no tuvo uno hasta mil novecientos sesenta y muchos. El chófer del arzobispo era del pueblo de mi madre. De modo que el conde de Barajas, un Zapata cuyos herederos entroncaron con los Falcó, altísima nobleza, no fue ni dueño ni responsable del palacio, sino de otro sin duda más modesto, que estaba justo enfrente de la fachada trasera del arzobispal. Se cayó o lo derribaron a finales del XIX y en su lugar el arzobispo de Toledo mandó hacer ese otro edificio tan romano que parece deshabitado pero conserva su título real de Secretaría de la Santa Cruzada. La guía de arquitectura del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid hace una valoración muy elogiosa del ahora palacio arzobispal, que en la esquina de la calle de La Pasa alberga una pequeña vivienda, la del chófer del arzobispo. La Secretaría fue construida por el Marqués de Cubas, un hombre que de la nada llegó a la cumbre como arquitecto -el más solicitado y activo del Madrid de la Restauración, autor del primer proyecto de la catedral de la Almudena- y fue incluso alcalde de Madrid, que entonces no tenía relevancia política ni hablaban de más.