TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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Madrid. Crónica de Barquerito: "Juan de Castilla, la sorpresa de la feria"

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Entrega, inteligencia y toreo de quilates del torero colombiano en dos faenas templadas y sabias

Miura cumple 175 años de antigüedad con una atípica corrida cuatreña mucho más noble que poderosa

Madrid, Domingo, 19 de mayo de 2024. (COLPISA, Barquerito).- Las Ventas. 9ª de la Feria de San Isidro. 20.000 almas. Soleado, fresco. Dos horas y cuarto de función. Seis toros de Miura (Eduardo y Antonio Miura). Rafaelillo, silencio y ovación. Juan de Castilla, saludos tras aviso y saludos. Jesús Enrique Colombo, silencio tras aviso y ovación tras aviso

En cuanto se dejó ver cabalgando, el primero de los seis toros de Miura, uno de los dos  cárdenos del envío, fue muy aplaudido. El toro que celebraba un aniversario singular: los ciento setenta y cinco años de la toma de antigüedad de la ganadería. En abril de 1849, y en la plaza de la Puerta de Alcalá, se lidió por primera vez una corrida de Miura en Madrid, que es donde toman antigüedad las ganaderías. Por tantas páginas de la historia del toreo fue esa ovación de salida.

Y por el toro, Almejito, 611 kilos, un precioso galán, de más carnes de lo habitual en la ganadería. Muy propio de miura fue enterarse tan solo aparecer, desafiar con la mirada a la gente del tendido, y, luego, desarmar a Rafaelillo cuando pretendió fijarlo sin contar con que el toro, celoso, no iba a soltarse. El capote de brega quedó colgando del cuerno derecho y ahí quedó prendido un buen rato. Con el forro se peleó el toro. Del pitón derecho colgaba un manojo de hilos de percal. De miura legítimo fue la entrega en un primer puyazo inclemente, larguísimo porque se enceló el toro y especialmente cruento porque recargó en un segundo no tan duro como el primero. El castigo en varas fue letal. Molido, el toro esperó en banderillas, claudico después y pagó la zurra, Sangrado y parado, no hizo por nada. “¡Mátalo!”. Y eso hizo Rafaelillo con apuros: dos pinchazos, media, entera y descabello.

La falta de fuerzas y hasta la fragilidad vinieron a ser la nota negativa de una corrida atípica. Cuatreña en su totalidad y marcada por su general nobleza. Llamativo el son apacible de segundo y cuarto, dos toros de idéntica pinta , castaños girones, bragados. El son bélico característico solo se dejó sentir en el astifino tercero de corrida, que, la cara alta, moviéndose ligero y a su aire, fue el toro más complicado pero sin dejar de obedecer pronto a los toques. El quinto tuvo la caprichosa ocurrencia de saltar la barrera dos veces y de haberlo intentado y casi logrado una más. El primer salto fue un prodigio de agilidad y limpieza. Los carpinteros de sol tuvieron reflejos y sangre fría para resolver la papeleta. El tercer intento, y segundo salto, fue en el burladero de capotes y el barrido de personal se saldó no sin apuros. Encelado en un primer puyazo severo, ese quinto se encontró enseguida con el capote mandón y resuelto el colombiano, de Medellín,  Juan de Castilla, que lo fijó en los medios con sorprendente autoridad.

Juan se había estirado, acoplado y dejado ver con el segundo de la tarde, el primer miura de su vida. Sorprendió por su claridad de ideas, por su gesto de citar de largo y traerse el toro en distancia y por el trato suave con que fue dispensando las fuerzas justas del toro, que estuvo a punto de sentarse dos veces. Una faena de rica construcción, debidamente jaleada y rematada con dos pinchazos, estocada ladeada y descabello.

Todavía mayores fueron los méritos de la otra faena, la del toro saltador, que volvió a traerse de lejos, a aguantarlo, embarcarlo y llevarlo toreado en todas las bazas. Cuando el toro se empleó en solo medias embestidas, el pulso y el manejo delicado -ni un tirón- fueron más que notables. Y más todavía el final de faena con la mano izquierda, embraguetado cuando pareció sentir que el toro se le había entregado. Una estocada en el rincón, Rodó sin puntilla el toro.

Rafaelillo le pegó al cuarto media docena de muletazos desmayados y despaciosos. Se aplomó el toro. Jesús Enrique Colombo lo dio todo: seis pares de banderillas de riesgo, rotundos, reunidos, una afanosa faena con el tercero, nunca del todo gobernado, y encaje sereno y muletazos de buen trazo con el sexto, el más voluminoso de todos, que por flojo se defendió derrotando de mitad de faena en adelante. Firme de verdad el torero venezolano. Y espectacular.

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Cuaderno de Bitácora.- Los miradores del palacio arzobispal en la calle San Justo precisan de un urgente barnizado. Y el portón, también. El palacio fue en su día del conde de Barajas. Inmenso. La entrada original, único detalle barroco del edificio, quedó cegada por la construcción de la iglesia de San Miguel unos cuantos años después. Una sinrazón. Un palacio muy severo, salvo por el jardín interior, vedado a la vista. Asoman copas de palmeras por encima de un altísimo muro. La antigua vicaría de la calle de la Pasa son ahora las oficinas de una revista creo que mensual patrocinada por el arzobispado.

El mejor edificio de la plaza del conde de Barajas, abierta frente a las caballerizas del palacio, no es un palacio sino unas dependencias del arzobispado de Toledo en perfecto estado de revista aunque dé la sensación de casa deshabitada. Es un edificio de aire neoclásico, de gusto romano. Tal vez vacío. La plaza se llama los domingos "de los pintores", porque aquí venden y exponen los aficionados. No tienen la popularidad ni el arraigo de la plaza sevillana del Museo en domingo. No hay apenas paisajistas, que son en Sevilla cientos. Con razón.
Última actualización en Miércoles, 22 de Mayo de 2024 20:34