Inspirado, atrevido y capaz, cuaja a modo el mejor toro de la seria corrida cinqueña de Fuente Ymbro y se juega la piel conscientemente con un quinto incierto y artero
Madrid. Las Ventas. Sábado, 11 de mayo de 2024. 2ª de la Feria de San Isidro. 18.497 almas. Veraniego. Dos horas y media de función. Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo). El Fandi, silencio tras aviso en su lote y en el que mató por cogida de Valadez. Román, oreja tras aviso y vuelta tras dos avisos. Leo Valadez, ovación.
PARTE MÉDICO DE LEO VALADEZ: "Luxación hombro derecho y contusiones y erosiones múltiple. Se reduce bajo sedación en la enfermería de la plaza de toros siendo trasladado para estudio radiológico al Hospital la Fraternidad Muprespa-Habana. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia. Fdo. Dr. García Padrós / García Leirado"
FUE LA TARDE DE Román. Intrépido, porque eso va en su temperamento. Tan atrevido como valeroso, firme y entregado. Tan capaz también. En dos versiones tan distintas como la condición de los dos toros de su lote: un segundo de trapío y hechuras sobresalientes, el mejor rematado de una ofensiva corrida cinqueña de particular hondura y, de paso, el de más refinada condición, y un quinto artero, probón e incierto, muy incierto, casi predador, que punteó protestando primero, escarbó y no paró de escarbar, midió, avisó y y no paró de avisar. Con el bravo segundo, una faena de son creciente, planteada desde el principio en la distancia sin que el toro, distraído entonces, se sintiera propiamente reclamado, sino suelto de dos primeras reuniones, una por cada mano, cobradas a buen galope. En el tercer asalto se fijó al fin el toro, metió la cara y repitió. Fue a partir de entonces cuando cobró la faena vuelo del caro. En las reuniones a distancia, el recuerdo ineludible del modo y maneras de César Rincón. Por el aguante, la firmeza y el temple, claves las tres cosas para traerse al toro embarcado, sostenerlo y vaciar las embestidas sin un solo tirón. No importaron ligeros golpes de viento que descubrían a Román. En cuanto vino ligada y embraguetada la primera tanda de cuatro, ya quedó sentenciada la pelea. En distancia más corta, entre rayas, el rumbo de la faena siguió siendo el mismo. Antes de la igualada, una tanda de ayudados genuflexos en la suerte cambiada o natural. Un clamor. Y después de la igualada, en la suerte contraria, una estocada a morir. Trasera, de muerte demorada, con Román sentado en el estribo y sin decidirse a descabellar. Un aviso, tiempo muerto que se llevó la que pudo ser segunda oreja. Solo una. Luego de la emoción de tan rica faena, la emoción del riesgo, llevado hasta el límite en un trasteo de exposición sin cuento, porque se estuvo mascando la cogida una y otra vez, y tragando saliva todo el mundo. Todos menos Román, descarado, convencido de que el toro iba a acabar por someterse, y no tanto, pero, uno a uno, los naturales brotaron templados, ceñidos, puro rigor. No se cansó Román de insistir y de asustar la miedo porque la porfía, tensísima, fue de pasar el miedo propio que deviene del peligro. Un clamor todavía mayor que el del primer toro. Una estocada a morir, pero trasera. Resistencia a armarse del descabello, un intento fallido, cayó un segundo aviso, dobló el toro. Una vuelta al ruedo de reconocimiento sin reservas. Donde Román y solo donde Román estuvo la corrida.
Farragoso y despegado hasta la exageración, El Fandi se valió de su oficio para salir del paso con un primer toro que se abrió mucho y fue por eso más sencillo que su tremenda apariencia y para ponerse tesonero y repetitivo sin apostar por un cuarto muy pegado en el caballo. También de oficio fueron sus dos tercios de banderillas, meros trámites en su caso. Con el toro que mató por cogida y lesión de Valadez tuvo la cordura de abreviar.
Valadez, bullidos con el capote, fino en los doblones de apertura con el tercero pero desarmado luego por él, volteado en una inoportuna arrucina de remate de tanda, apenas algún muletazo limpio y, en fin, una estocada de entrega y ejecución formidables. De la reunión con la espada -estocada letal- salió prendido y feamente golpeado. Una luxación del hombro le obligó a abandonar.
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Cuaderno de Bitácora.- Son ocho los operarios que en la Maestranza riegan la arena media hora antes de empezar la corrida. Lo hacen con rigor de ingenieros. Regar arena de plaza no es fácil, y menos en Sevilla porque el albero puede hacer barro si se pasa de dosis. Esos ocho operarios son los mismos que luego cumplen de areneros a toro arrastrado. Y entonces barren la arena con el mismo rigor del riego. Para contemplar ese espectáculo es imprescindible llegar con tiempo.
Del riego en las Ventas se encarga un solo manguero, que cuenta con la ayuda de un segundo operario que no sale a escena pero maneja la rueda de carrete con que se estira y recoge la manga, ¿Un espectáculo? Para nada. Asunto aburrido. El piso de las Ventas es mucho más duro q.ue el de la Maestranza. El misterio de por qué en las Ventas no hace charcos el agua no es tal misterio. Es la ligera caída de nivel desde la boca de riego a las tablas. En las Ventas no hay boca de riego en el platillo. En Sevilla, sí.
El ruedo de las Ventas es un redondel. El de la Maestranza, un óvalo. Como la yema de un huevo frito aproximadamente,