Faena de tanta exposición como riesgo, vivida con máxima tensión
Castella se acopla seguro a otro toro manso de partida pero de buen son en la muleta
Sin remate con la espada en ambos casos
Viernes, 6 de octubre de 2023.Madrid. 4ª de la feria de Otoño. Estival. 20.575 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función.
Seis toros de Victoriano del Río. Cuarto y quinto, con el hierro de Toros de Cortés.
Sebastián Castella, silencio tras aviso y vuelta tras aviso. Paco Ureña, silencio y vuelta tras dos avisos. Ginés Marín, silencio en los dos.
SE VIVIERON dos espectáculos de desusada intensidad de la mano de dos imponentes toros, cuarto y quinto, del segundo hierro de Victoriano del Río, Toros de Cortés.
Mansos de solemnidad en el tercio de varas, tuvieron en banderillas peligro, el uno, por cortar, y el otro, por hacer hilo en arreones fieros. Para el cuarto, que se escupió de cinco refilonazos y cobró antes de ellos un puyazo de costado y, al cabo, uno a salida tapada, se pidieron las banderillas negras con que se castiga a los mansos que se rehúsan al caballo mientras se coreaba el “¡Fuera, fuera!” en los tendidos de sol.
El quinto, abanto y espantadizo, que se escupió hasta siete veces de reuniones solo de paso con el caballo sin amago de fijarse ni en una sola baza y que se huyó o volvió grupas a la mera vista de los capotes, fue condenado a banderillas negras. Los dos tercios primeros de esos dos toros -el cuarto, altísimo de cruz, y el quinto, muy astifino- fueron larguísimos por necesidad, pero sin que se perdiera nunca el interés. Las carreras dislocadas de uno y otro, los frenazos y regates del cuarto, que estuvo a punto de prender a Rafael Viotti en un tercer par al cuarteo muy comprometido, el son incierto del quinto que, crudo de varas y solo tres banderillas prendidas, una de ellas tan delantera que fue como un tercer cuerno, pareció buscar puertas de salida, y más que ninguna, la de toriles, todo eso fue solo el paso previo a otro espectáculo mayor, de carácter tan distinto como el propio carácter de los toros en la muleta.
El cuarto, que tomó con son el capote de José Chacón después de banderillas, rompió a embestir casi de golpe, primero en su querencia, y luego fuera de las rayas y casi en los medios, y hacerlo con relativa entrega por las dos manos. Castella, reposado y firme, encajado de perfil, apenas abierto el compás o a pies juntos, llegó a torearlo a placer y a brillar en los remates ligando el cambio de mano con el natural enroscado que el toro tomó humillado y entregado.
El quinto, que quiso irse a tablas tras solo dos muletazos, fue extraordinariamente incierto. Paco Ureña, desmedrado, arriesgando lo indecible sin el menor renuncio, se plantó con él, le hizo frente y se empeñó en pegarle pases en línea al precio que fuera.
Tapado, el toro obedeció a los toques sin humillar pero sin cabecear, sin genio ni siquiera defensivo. En dos o tres ataques inciertos, el toro estuvo a punto de llevarse por delante a Ureña, que no se descompuso ni siquiera entonces y cuando la pelea era ya sin escapatoria, casi en los medios. La faena, continua, se vivió entre emociones intensas, pero no tanto como las que pusieron final a la batalla. Primero, una tanda de naturales en que el toro se revolvió buscando presa y, luego, cerrado en las rayas, en el punto opuesto a toriles, y en el terreno donde respondió el toro, una tanda de cinco muletazos genuflexos, cosidos, largos doblones por las dos manos, tirados a compás que harían de pronto caer al torero de Lorca en la cuenta de que por ahí y de esa forma habría que haber empezado. Empezar por el final.
El ambiente se había embalado, todavía más que con la faena de Castella celebrada sin reparos, y la gente empujó la espada: una reunión a destiempo -el toro se arrancó en plena igualada-, Ureña salió revolcado y dolido pero ileso, un pinchazo, una estocada contraria y ladeada, el toro a tablas y a defenderse entonces como no lo había hecho antes. En cada fallo con el verduguillo, o solo al sentir el pincho en el morro, se arrancó con una violencia increíble. Dos desarmes, dos palillos de muleta partidos en dos, dos avisos también. Castella había cobrado dos pinchazos antes de la estocada que tumbó al cuarto. El premio en los dos casos fueron sendas vueltas al ruedo de auténtico clamor. El resto de la corrida palideció por contraste. Castella anduvo cómodo y sin excesos con un primero de sorteo muy noble y de buen aire. Ureña, castigado por la fortuna, se llevó un segundo cinqueño que embistió entre rebrincado y al trantrán pero perdiendo las manos demasiadas veces, y no hubo caso. El tercero, que derribó en la primera vara, se rajó sin remedio a las primeras de cambio y obligó a Ginés Marín a desistir y abreviar, y matar con su buen estilo habitual. También el sexto derribó tras empujar muy en serio antes de salirse suelto. Viajes, luego, muy regañados y cortos, sin entrega, la cara por las nubes. Otra estocada notable y un descabello.
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Postdata para los íntimos.- Tremendo