Paco Ureña, valiente hasta la exasperación, y Emilio de Justo, que quiso más que pudo, mano a mano en la última cita de San Isidro, que tuvo los toros por protagonistas
Madrid. Domingo, 4 de junio de2023. Corrida de la Prensa. El Rey, ovacionado al entrar, acompañado en una barrera de Paco Ojeda, el ministro de Cultura y el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid. 23ª y última de abono de la Feria de San Isidro. Primaveral, revuelto, a ratos ventoso. No hay billetes. 23.800 almas. Dos horas y veinte minutos de función. Seis toros de Victorino Martín.
Mano a mano. Paco Ureña, ovación tras aviso, oreja tras aviso y palmas tras dos avisos. Emilio de Justo, ovación tras aviso, silencio tras aviso y silencio tras aviso.
Álvaro de la Calle, sobresaliente, no fue invitado a quites. Cuando Emilio de Justo le brindó el cuarto toro fue muy ovacionado
Germán González picó con categoría al cuarto.
RECIBIERON COMO héroes a los dos espadas y los sacaron a saludar después del paseo. Estaba con ellos la inmensa mayoría: los fijos, los habituales y el público de aluvión, que nunca es el mismo. Lleno hasta la bandera. El Rey, en una barrera y bien acompañado. Ambiente de incontenible clamor, runrún de tarde grande. Lo fue. Con un destacado protagonista: la corrida de Victorino, cuatro toros al ataque, poderosos, claros, filón de bravura, y dos más, que de otra manera -un primero muy pegajoso que se orientó, revolvió y tuvo a la gente en vilo, y un quinto mirón, de tomar el pulso y medir a quien estuviera delante, pero con un fondo sorprendente de fijeza en los engaños y nobleza.
Para los cuatro toros de nota hubo en el arrastre sonoros aplausos, que en el caso del cuarto, que al ralentí embistió haciendo el surco una y otra vez, fue una ovación cerrada. Cada uno de los toros de nota fue de una manera, y eso encareció la corrida todavía más. Fiero el sexto, el más liviano pero el más ofensivo; de son seguro y a más el segundo; desconcertante el estilo del tercero, de llamativa fijeza. Salvo el primero, suelto de la segunda vara, todos se emplearon en el caballo, cuarto y sexto con particular entrega.
No fue corrida agresiva ni indómita. Y en calidades, en conjunto, se pareció bastante a la jugada el pasado abril en Sevilla, reconocida unánimemente como la mejor de la feria. Esta de San Isidro la supero en volúmenes, peso y trapío. En punto a personalidad no caben las comparaciones. Sin embargo, en este cartel de mano a mano forzado sin motivo, cualquier testigo de la fiesta de Sevilla echaría de menos la figura, el temple y la flema de Manuel Escribano, que es ahora mismo el más acreditado especialista en la ganadería. La comparación, es decir, la referencia, se hizo inevitable.
Por brava fue corrida pronta y de mucha movilidad, y eso se tradujo en faenas sembradas de recesos y pausas pasajeras. Como todos los toros, salvo el quinto, fueron a más y sin rendirse, no hubo manera de taparse ni esconderse y las faenas, todas, las seis, se fueron de tiempo. En el caso del cuarto, con el que descubierto por el viento no llegó a centrarse Emilio de Justo, sonó el aviso antes siquiera de haber pensado en cambiar de espada. La renuncia de Paco Ureña a descabellar al quinto provocó un segundo aviso. A los problemas que genera la bravura vinieron a sumarse en la lidia de cuarto y quinto temibles ráfagas de viento. Con esa salvedad, esta última de San Isidro se jugó con las banderas a plomo. Una tregua relativa en un feria de cuatro semanas tan marcadas por el viento y, en citas puntuales, por la lluvia también.
En una demostración incontestable de valor Paco Ureña arriesgó lo indecible. El revoltoso y listo primero lo cogió y revolcó en los medios recién abierta la faena, lo cosió a pisotones, y lo tuvo preso entre las manos a pesar de un quite multitudinario. Indemne en apariencia, Paco volvió a la cara del toro pese a que en cada viaje se sentía al toro con el dedo en el gatillo. La faena de trágala y sobresaltos se vivió en los tendidos como épica, y más, cuando al atracarse con la espada, Ureña salió de nuevo revolcado pero de nuevo indemne, La prueba del valor se celebró con un tímido coro de “torero, torero”, que hacía al caso. La faena del tercero victorino, irregular pero de mucho aguante, tuvo antes de la igualada una tanda extraordinaria de tres en redondo y el de pecho. El mejor momento de la tarde. Soltando el engaño, un pinchazo sin cruzar y una estocada que hizo rodar el toro. No se cansó el torero de Lorca de estar y estar en la cara del quinto, que tanto lo midió pero sin parecer intimidarlo. Desplantes y más desplantes, poco toreo, una voltereta que puso a la gente más nerviosa de lo que estaba. Y media estocada soltando otra vez en la reunión el engaño.
Emilio de Justo anduvo asentado y seguro con el segundo, que, ágil, un punto felino, le tropezó el engaño unas cuantas veces. Jaleada por el público, la faena, desigual en logros, tuvo por mérito, además de unos cuantos muletazos caros cobrados al desmayo, el apostar hasta el final por el toro sin negarlo. Descubierto por el viento, y castigado por voces censoras, no terminó de hallarse con el excelente cuarto, el toro de las embestidas a cámara lenta. Un punto acelerado, se entregó afanoso con el sexto, que embestía y repetía en tromba después de haber tomado tres puyazos, tres. El esfuerzo no tuvo demasiado reconocimiento.
==================================================
Cuaderno de Bitácora.- Elige: ¿la de Victorino de Sevilla o esta de San Isidro? Las dos. Las dos.
¿Los mulilleros? Los de Sevilla, que tienen arte. El arte es la pericia con gracia, grácil.
¿Areneros? Me molesta la comparación. ¡Por favor...! No es que los areneros de Sevilla tengan arte. es que son artistas. Y el de la escoba, el que va barriendo a compás detrás del toro de arrastre, es único. No sé si será la escoba, que es de la época de Gallito y Belmonte. No creo.
¿Y el camión de la carne? No tengo preferencias...
Pues, váyase usted a Sevilla, buen hombre y déjenos en paz.