El mejor armado de San Isidro, de gran clase, cuarto de una corrida desequilibrada
Uceda lo torea con distinción, Morante, contra los elementos
Castella, entregado y herido grave
Madrid, viernes, 2 de junio de 2023, (COLPISA, Barquerito)
Madrid. 21ª de abono de San Isidro. Primaveral, revuelto, ventoso, algo de lluvia. No hay billetes. 23.800 almas. Dos horas y diez minutos de función. Cinco toros de Toros de El Torero (Lola Domecq) y uno -3º- de José Vázquez, que completaba corrida.
Uceda Leal, silencio y oreja. Morante, silencio y pitos. Sebastián Castella, oreja y ovación, herido por el sexto. Cornada grave en el muslo izquierdo de dos trayectorias. Intervenido en la enfermería de la plaza. Parte médico firmado por el Dr. Máximo García Padrós ‘herida por asta de toro en la cara interna del tercio inferior del muslo izquierdo con dos trayectorias: una ascendente de 20 centímetros que produce destrozos en músculos vasto interno y recto anterior; y otra hacia atrás de 15 centímetros que produce destrozos en músculo vasto interno y que alcanza el fémur. Es trasladado a la Clínica Fraternidad Mupresa-Habana con pronóstico grave’.
Buena brega de Gómez Escorial con el cuarto. Brillantes y comprometidos pares de Niño de Aravaca y Rafael Viotti, que saludaron.
AL CABO DEL TIEMPO, la corrida de El Torero volvió a anunciarse en San Isidro en cartel de lujo. Fue Morante quien trajo los toros, o al menos quien se apuntó voluntario. No tuvo correspondencia el gesto. De los cinco toros aprobados, solo dos fueron de buena nota. Ninguno de ellos en el lote de Morante.
Los dos juntos, en el de Uceda Leal. . El cuarto, el único cuatreño del envío, fue el de más cara de toda la feria. Remangado, veleto, abierto, más astifino imposible. Impuso su mera estampa, las hechuras todas, no solo la escalofriante cuerna. Una ovación de asombro al asomar por la puerta de toriles y, al cabo, otra de reconocimiento al ser arrastrado. Todo lo que tuvo de ofensivo el toro lo tuvo también de entrega y calidades, embestidas prontas, humilladas y largas, templadas por las dos manos. Nobleza formidable, como si tanta artillería en la cabeza fuera de adorno.
No sería sencillo hacerse de ánimo al ver tanto toro por delante. Pero a Uceda Leal le bastó con dos lances primeros de cata para entenderse con el toro, sentir que venía a los vuelos y atreverse sin que se le fueran los pies ni una vez. Al abrigo del viento, entre rayas del tendido de sol que más ampara, el 5, compuesto y firme, encajado sin aspavientos, las muñecas mandonas en juego, fue capaz de tener el toro en la mano, de sujetarlo cuando estuvo por claudicar un par de veces y de ligarlo por la mano derecha en tandas breves bien cosidas y abrochadas con el clásico de pecho o el cambiado por alto. En cada salida de la cara, hubo que tomar aire. Cada una de las embestidas del toro vino subrayada por el clamor debido. Con sus pausas se sostuvo la faena, que tuvo una excelente tanda final: tres naturales apretados, ampulosos, enroscados. Y una estocada hasta el puño. Una fiesta, arropada por el calor propio de los tendidos de sol donde se torea en las tardes de viento.
También dio juego el primero de corrida, toro algo frágil, de muy buen aire y claro son. Claro lo vio Uceda, puesto más y mejor por la mano derecha, sin terminar de romperse, pero en faena bien armada, en tandas al calco unas de otras, una breve toma por la mano izquierda y, con ambiente a favor, un inesperado accidente. Uno de los dos mejores matadores del escalafón pinchó hasta cinco veces antes de enterrar media.
Sin contar un sexto artero que no pegó sino cabezazos y buscó coger, hirió a Castella en una zarpazo a traición, la cruz de la corrida fue el lote de Morante. Al segundo, que huyó sin querencia determinada a donde hacerlo, escarbó y se defendió, le pegó Morante antes de envenenarse el pastel siete u ocho lances que fueron toreo de caro y singular compás. La única joya de toreo de capa de toda la tarde. A la cuarta media arrancada del toro, Morante se fue por la espada y se alivió.
Después de arrastrarse el toro de la corrida, salió enterándose un quinto basto, montado y largo, con aire de toro viejo. Uno de los más feos de San Isidro. Además de feo, incierto. Morante dejó que cobrara en el caballo las dos varas más duras de la feria. Los dos puyazos, implacables, despertaron una gresca monumental, recrudecida cuando el toro se paró en seco y moribundo en la muleta. No le convino a Morante el duelo. Con la renuncia, el morbo propio con que se castiga en Madrid a los artistas, y luego se les perdona. Por Morante fueron no solo los toros, también el no-hay-billetes. Y el ambiente de corrida grande.
Un toro de José Vázquez, tercero de sorteo, completó la corrida tan desequilibrada de Lola Domecq. Se jugó en medio de un vendaval desatado en el momento de soltarse y concluido justo cuando quedó enganchado en el tiro de mulillas. Picado al relance, receloso como toro corraleado, tardo y de ritmo desigual, no fue toro sencillo, pero Castella decidió jugársela con él tras una apertura templada de faena llevando al toro muy tapado. Perfecta la colocación, Castella aguantó impertérrito los golpes de viento que lo descubrían una y otra vez, tragó paquete con su proverbial sangre fría y, sin descomponerse, terminó por armar una faena de más mérito y emoción que brillo. Y remató con una letal estocada.
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Cuaderno de Bitácora.- Por primera vez desde la primavera de 2017 o 18, al salir de la plaza por la puerta del desolladero las últimas noches, he vuelto a sentir la fragancia que despide la resina de los tilos plantados en el recodo del talud. De la media docena de tilos viejos solo sobreviven dos. Los estragos de Filomena. Por la fragancia inconfundible del tilo, lo que haga falta.