TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

  • Incrementar tamaño de la fuente
  • Tamaño de la fuente predeterminado
  • Decrementar tamaño de la fuente

Castellón. Crónica de Barquerito: "Entrega y talento de Morante, firmeza de Manzanares"

Correo Imprimir PDF

Desigual corrida de Jandilla con un sobresaliente quinto del segundo hierro de la casa, el de Vegahermosa

A hombros Manzanares, regalado con el mejor lote

Juan Ortega, grande con la capa

Castellón, 27 marzo de 2022. (COLPISA, Barquerito).- 6ª de feria. Seis toros de Borja Domecq Noguera. Todos con el hierro de Jandilla, salvo el quinto, del de Vegahermosa. Morante, saludos y una oreja. Manzanares, una oreja y dos orejas. Juan Ortega, silencio en los dos. Pedro Chocolate picó perfecto al quinto. Pares muy celebrados de Daniel Duarte y Abraham Neiro. Primaveral. 8.500 almas. Dos horas y diez minutos de función.

EL TORO de la corrida de jandillas fue el quinto. El único que no llevaba el hierro de la estrella sino el primitivo de Javier Molina: un Zorrrastrón de Vegahermosa, que a los otros cinco ganó con ventaja. Siendo el toro más ligero de los seis, fue el más hondo. Por corto de manos, por cuajo, por armonía. A la forma, las hechuras, respondió parejo el fondo: su manera de embestir. El hocico por el suelo, el viaje pronto y acompasado, largo, hasta el final. Y la manera de repetir las embestidas, todas balsámicas. En Jandilla se da una suerte de toros bombón, digamos, que rompen a dulce después de picados, y el segundo de esta misma corrida fue sin ir más lejos uno de ellos. Este segundo, las manos por delante de salida, derribó en una vara no se sabe si severa. Antes de salir de naja hizo amago de encelarse con peto y jaco. No pareció el caballo más torero de la cuadra. Hubo que retirarle pertrechos para ponerlo en pie.

Para entonces, el toro se había huido y en la huida se encontró con el caballo de la puerta. Ahí cobró un picotazo corrido, que fue mano de santo. El montado del picotazo, Pedro Morales “Chocolate”, le pegó al quinto el puyazo más certero de la media semana de feria. Por la mañana se tuvo noticia de la muerte a los noventa y un años de edad de Enrique Silvestre “Salitas”, uno de los grandes del escalafón de piqueros. De los grandes de verdad. Sevillano, de Los Palacios, entrado en carnes, excelente jinete y un auténtico maestro de su oficio. Personalidad singular. Fijo en cuadrillas de categoría: con Antonio Ordóñez, Paco Camino y Pedro Capea. Salitas creó escuela, pero fue por todo inimitable. Ese puyazo certero de Chocolate no dejó de ser, queriendo o no, un homenaje a Salitas.

Manzanares estuvo tan firme como seguro con los dos toros de nota de la corrida. Acoplado sin probaturas ni cambiar de terrenos con ninguno de los dos. Sin salirse de las rayas ni de ella pasarse. Ni contenido ni desatado, esperando al segundo a muleta puesta en tandas largas encadenadas y resueltas con el de pecho, sin dejarse apenas ver por la mano izquierda entonces y pecando de teñir de rutina una faena sencilla pero repetitiva también. El toro rodó sin puntilla tras media lagartijera. Mientras arrancaba con parecido ritmo la segunda faena, El Soro, en la meseta de toriles, volvió a hacer sonar el solo de trompeta de las dianas floreadas que presagian faena mayor. Y no tanto. Entre rayas y en un raro terreno, pegado a toriles, Manzanares se empleó sin aliviarse, se dejó ver con la mano izquierda que antes se había escondido y cuajó en redondo dos hermosas tandas. La cuarta y la sexta de la faena, que estuvo parcelada en tramos idénticos. A este toro lo quiso matar en la suerte de recibir pero en la contraquerencia y en la suerte contraria. Fue imposible la reunión. La solución: atacar deprisa y por derecho. Rodó sin puntilla el toro de estocada letal. El sello y el son casi protagonistas de la faena lo puso el trompeta de la banda municipal con un pasodoble infalible: Concha flamenca. La gente aplaudió a los músicos cuando dejaron de tocar y el trompeta tuvo que saludar. Trompeta en mano.

Morante hizo no pocas maravillas. Juan Ortega solo pudo dejarse sentir en el recibo a la verónica del sexto. Lacios y amplios lances de una perfección admirable. Morante firmó en los medios con el primero de corrida un gracioso y ajustado quite de cinco verónicas abrochadas con media memorable. Fue quite de personal compás y debidamente celebrado. Del catálogo personal de invenciones y rastreo de suertes viejas entraron en cupo esta vez los lances a capa desplegada y brazos volados con el cuerpo ligeramente vencido, un galleo de los de meter el toro en los vuelos y girar con ellos y, en fin, una larga barroca con que rematar el recibo. Corto de cuello, algo encogido, el primer jandilla se resistió y cabeceó más de lo previsto. Morante le encontró el cómo y el dónde al cabo de cierto trajín. Fue en tablas de sol y sombra. Descalzo, animado, sin fatiga ni esfuerzo, ligó dos y hasta tres tandas de rica composición. Tumbó sin puntilla al toro de estocada habilidosa.

La faena del cuarto, más trabajosa porque el toro quiso tablas con la intención y las miradas, se la brindó Morante al pintor Juan Ripollés, noventa años, fijo del callejón, emblema de la afición del país. El comienzo, con una ramillete de doblones cosidos con el natural, el de pecho, un molinete, un cambio de mano por delante y una trinchera de salida fue antológico. El nivel no fue luego el mismo. Por lo mucho que se resistió el toro, loco por irse, como se dice entre taurinos. No consintió Morante, encendido, celoso, dispuesto. Por las dos manos obligó, sin importarle derrotes. Salió de la cara del toro con gracia. El fin del trasteo fue un abanico reconvertido en suerte de domino y no de mero adorno y un desplante de vieja escuela. Antes de los cual, Morante tocó un palo que no suele: las manoletinas, que fueron cuatro y nada ortodoxas. Una estocada desprendida.

Con el toro de peor nota, un tercero que se acostaba y revolvía, Juan Ortega solo pudo componerse en los doblones de partida y en una tanda en redondo solemne y despaciosa. Su empeño con el sexto, al que tan bien había toreado de capa, pecó por abusar del toreo en cercanías, que el toro protestó punteando y cabeceando una y otra vez.

================================================================
Cuaderno de Bitácora. 27.03.2022.

Castellón (III)

Amaneció soleado. No se había dejado ver el sol desde el jueves. La capota de nubes lo nublaba todo. Esta mañana, desde la terraza norte del Doña Lola, pude distinguir nítidamente las cretas y perfiles del Desierto de las Palmas, que es una cadena de montañas y lomas viejas tendida de poniente a levante hasta caer al mar. No se cansa la mirada. Y si no se hubiera construido tanto rascacielos en la Plana alta, en Castellón ciudad, se dejaría ver el falso desierto como un paisaje de muy singular belleza. La provincia de Castellón es mucho más larga que ancha, y en esa proporción será la primera de España. ¿Burgos, Teruel? Tal vez. Pero aquí están las playas casi pintadas y casadas con un mar por norma en calma. Olas sin cresta, un rumor marino que no deja de ser un silencio de fondo. La lluvia habrá castigado a modo las playas de Castellón, que son, una tras otra, tres. Las tengo andadas en días finales de invierno, antes del mediodía, casi desiertas. Y cuando vuelva, podré hacerlo otra vez. Desde el Gurugú, que tiene su encanto un punto salvaje hasta el Serradal, que es la más urbana. Si vienes de norte a sur, hasta el Grao -el puerto y su poblado marinero-, se puede rematar el paseo en el Planetario, que es, como todos los de su especie, un misterioso edificio.

He reparado esta mañana en que el estanque se ha quedado sin patos a la vista. No sé la razón. ¿Y si ha habido pelea? Sin su presencia, el estanque parece todavía más plácido. La balaustrada ha sido repintada, pero la estatua del ilustre pedagogo Domingo Herrero -busto de bronce sobre alto pedestal de piedra, en la explanadita de acceso, sigue siendo castigo predilecto de las palomas. Heces en la cabeza. En una esquina de la explanada está empezando a florecer una buganvilla. Dentro de un mes será la planta de más color del parque de Ribalta. Al cabo del parque, las cinco casas modernistas de la plaza de La Farola tienen elementos comunes pero son muy distintas. Vale la pena detenerse a contemplarlas. La que llama la atención es la Casa de las Cigüeñas, porque en todos los azulejos de la fachada aparecen cigüeñas en distintas poses. Yo prefiero la de la esquina con la Ronda Magdalena, que es moderna y modernista en proporciones parecidas. Una conjugación nada fácil.

La Pajarería de la calle San Vicente no muestra animales vivos en el escaparate. Solo jaulas. Presiones animalistas. Los domingos cierra la Pastisseria. La mañana de los domingos en Castellón y en feria son como los domingos de las ciudades escocesas. Todo cerrado. La panadería de la señora Blanch, en la calle Zaragoza, donde ayer estuve a saludar, por ejemplo.

Me llegué hasta el olivo milenario de la avenida grande, que sigue cumpliendo años sin duelo. Es una visita obligada. El olivo de Les Useres, que está cerca de Castellón pero es pueblo aparte. Al bajar del palco de la plaza de toros me he encontrado a Alejandro Rodríguez, que fue un novillero, y matador de toros también, de Les Useres precisamente. Toreaba muy bien, se cansó en seguida. Iba con su hijito de unos cinco o seis años. El vino de Les Useres está muy bien puntuado. No tiene fama su aceite. Serán tan solo elaboraciones caseras.

Además del olivo milenario tengo por costumbre rendir visita al ficus centenario de la plaza de María Agustina. La fronda del ficus, monumental, da sombra a la mitad de la isla central de la plaza, donde esta mañana había una pequeña manifestación sindical. En la plaza coinciden los dos edificios de la Diputación, la iglesia reconstruida de La Sangre, erigida sobre la que fue primera sinagoga según una guía de las juderías sefarditas que leí este invierno, el edificio de los Sindicatos y un centro cultural patrocinado por la Diputación donde exponen artistas vivos del país: fotógrafos, pintores, escultores, cineastas. Está en turno un reportaje filmado del Maestrazgo -la sierra de mayores cotas de la provincia- pero Las Aulas cierra los domingos de feria como todo el mundo. Hace años expuso una antológica de gran calidad Javier Arroyo, que trabaja muy bien los toros entre otros muchos asuntos. Lo conozco. Le llamo el Cartier-Bresson de la Plana.

El final de la calle Alloza es de lo más tranquilo de la ciudad. De la iglesia de San Nicolás, que fue en su día mezquita, acababan de salir, de la misa dominical, tres familias de rumanos. Los rumanos son mayoría entre la población migrante. En la ciudad están muy bien valorados. Al lado de San Nicolas estuvo la logia masónica, enfrentada con la Iglesia católica y perseguida después de la guerra. Guerra y posguerra trajeron a Castellón terribles matanzas. Estoy leyendo el libro de Juan Luis Porcar, memoria histórica de la represión a partir de 1938, y se te abren las carnes.

He buscado una vez más en la calle de la Enseñanza, o de Antonio Maura, el lugar donde el viejo Barrachina -naturista romántico- tuvo instalada su caótica librería de lance hasta el año 2000 aproximadamente. O algo más. No lo olvido. Pilas y pilas de libros de segunda mano. Encontré alguna joya.

De vuelta a casa, me detuve en la plaza de las Escuelas Pías, el colegio y conservatorio adosados a la iglesia de la Trinidad. Es una plaza recoleta, auténticamente provinciana. El colegio ocupa casi tanto espacio como el Instituto Ribalta, que es uno de los mejores edificios de la ciudad. Casi al lado de Correos. De Corres y Telégrafos, que es su verdadero nombre.

Suenan los cohetes del Magdalena Vítol. Se acabaron las fiestas.

Última actualización en Domingo, 27 de Marzo de 2022 21:10