TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

  • Incrementar tamaño de la fuente
  • Tamaño de la fuente predeterminado
  • Decrementar tamaño de la fuente

BARCELONA. Crónica de Barquerito: "El Juli, a toda máquina, cuatro orejas, arrollador"

Correo Imprimir PDF

TOROS. Crónica de la corrida de Barcelona

Barcelona: 5ª de abono

Dos toros de distinto signo de Domingo Hernández y Garcigrande. Al buen tercero lo torea a placer; al complicado sexto le ajusta las cuentas. Dos estocadas soberbias

Barcelona, 6 jun. (COLPISA, Barquerito)

Barcelona. 5ª del abono de primavera (Feria del Mediterráneo). Templado, primaveral. Menos de media plaza.

Seis toros de Domingo Hernández. Tres –1º, 3º y 5º-, con el hierro de su propio nombre. Los demás, con el de Garcigrande. El segundo, sobrero. De hechuras diversas pero en tipo los seis. El sobrero, distraído sin solución, y el quinto, venido abajo, muy deslucidos. Primero, tercero y cuarto se emplearon con alegría. El sexto, gazapón primero y revoltoso al asentarse, fue de complejo manejo.

Finito de Córdoba, de marengo y oro, silencio tras un aviso y división tras dos avisos. Morante de la Puebla, de siena y oro, división y saludos tras un aviso. El Juli, de añil y oro, dos orejas y dos orejas. Salió a hombros.

CON SU disimulada desgana primero y su excelente caligrafía después, Finito se  embarcó en dos faenas interminables. Petronio del escalafón, impecable un terno marengo con grandes golpes de oro y galones blancos, recamado chaleco, pañoleta roja: supina elegancia. Y el lote, que se lo llevó. Como los de las tómbolas. Un primero gacho, noble y casi dulce; un cuarto escarbador pero de darse sin descanso hasta que, llegado el momento, pidió la hora. Estuvieron a punto de tocarle a Finito el tercer aviso en ese toro. Por exceso de juego en el recreo.

Como en un tentadero Finito. Sueltas cosas preciosas, espléndidos los remates de muletazo, que son de receta propia, pero fue la carrera de Maratón. Muleta planchada, el regusto de algún dibujo inmejorable. Pero alivio en cuanto hubo que apostar o ligar. La suerte descargada en los de pecho que largaban toro y lo despedían suavemente.

El primer toro de Morante, todo pezuñas, fue devuelto tras dos varas. Por cojear. Al sobrero, cinqueño, lo toreó de capa en línea. Incorregiblemente distraído, el toro se salió suelto de suertes. Se tuvo la sensación de que el desenlace iba a ser inminente. Y en efecto. Al quinto, fibroso y largo, su carita por delante, lo toreó Morante a la verónica a gusto, empachándose un poco de capa, sin bajar las manos sino lo estrictamente necesario. Media y una revolera rizada abrocharon l os siete lances del saludo. Uno a dos manos para dejar en suerte al toro en varas fue capricho personal de Morante, que no redondeó en un quite por chicuelinas. Picado atrás, el toro, escarbador como casi todos, se vino abajo casi a las primeras de cambio. Al tercer asalto se paró y agarró.

Morante porfió lo indecible sin perder la fe. Cuando la cosa parecía machacar en vano, y a toro rendido y estragado, Morante dibujó una tanda despaciosa, primorosa. Que era lo que estaban esperando ver casi todos. No se descubrió el toro tras ser herido a espada dos veces y atrás las dos, y Morante se ofuscó con el descabello. Un aviso, Cuando salió a saludar, con la misma marchosería que había estado derramando más a gotas que en chorro, le arrojaron desde un tendido de sombra un ramito de romero. O una ramazo.

A El Juli le salió uno de los tres toros buenos de la corrida, el tercero, y le cortó las orejas sin escatimar pero sin abusar, con ese impagable instinto que, pura precisión, convierte una faena en un mecanismo de relojería. La faena, rotunda, fue de valor y pureza, de poder y alegría. De mecer al toro en la distancia con esos muletazos codilleandito que son novedad del repertorio reciente de Julián. De ligar de verdad: soltando toro y volviéndolo a tomar. Y de librarlo en pases de pecho de gran rumbo. La suerte cargada y no lo contrario. Y sin cansarse.

Resuelta, sencilla, como suelen ser las faenas mayores de El Juli, ésta fue pródiga con las dos manos. En la segunda mitad vinieron los grandes acontecimientos: El Juli, despatarradísimo, enganchando el toro por delante y hasta donde daba el brazo, templado el viaje con calma y rematando hasta el final. Tandas de cuatro y cinco. No se sabía si podría con tanto el toro. Pudo. El último tramo estuvo servido por grandes inventos: trincherilla ligada con dos banderas, dos de la firma y un cambio de mano, que puso boca abajo la plaza; dos de costadillo –pura gracia- ligados a otros tantos cambiados cargando la suerte, y un farol y el del desdén. Y cuando quiso y dispuso, se cuadró El Juli, atacó por derecho y agarró una estocada inapelable. Dos orejas. Lo jaleó la gente. Aquí lo quieren.

Y El Juli se hace querer, porque, casi terminada la función, se soltó un sexto toro de los de taparse. Por corretón, por falta de corazón y porque le hizo de salida dos regates. Le acabó bajando El Juli las manos con el capote y, con la moneda en el aire, bastaron tres muletazos –de largo dos y un tercero por delante- para plantarse en los medios y dejar venir de lejos al toro. La fórmula para corregir el gazapeo incierto. Resuelto el problema, el toro dio en revolverse, cortar y buscar las zapatillas e intentar meterse. Tenía instinto defensivo. Pero estaba El Juli al ataque y ganó la pelea. La pelea fue de pronto un cuerpo a cuerpo, El Juli se encajó en péndulos y se descaró en desplantes desafiantes de descolgarse entre los pitones. Y nuevamente, cuando sintió que era la hora, cambió de espada con diligencia. En la suerte contraria, agarró la estocada de la tarde. Dos orejas más. “¡Torero, torero...!”

=========================================================================================================

Post data para los amigos:

Por la mañana llovió, bajó la temperatura, me dejaron en el hotel un
paraguas de los que se usan en los partidos de golf en países con
grandes índices pluviométricos, me pareció que iba pegando paraguazos
por la calle a todo el mundo. Fui a la fuente de Canaletas, al
comienzo de las Ramblas, para cumplir con el rito de beber sus aguas
mágicas, que garantizan a los forasteros el regreso a la ciudad.
Estaba recién pintada, me salté una cinta de bomberos y como pude
saqué dos gotitas. Bebí. Volveré.

En un soportal de la Rambla le compré a un rumano un paraguas plegable
de cinco euros. No sé si aguantará dos lluvias. El rumano no tenía
cambio. Entró en la farmacia de la esquina de Portaferrisa, que tiene
dos puertas, para ver si le cambiaban. Le esperé astutamente en la
otra puerta. No me esperaba. El rumano a mí. Ni yo tener que verme en
esa de llevar dos paraguas, uno abierto y otro cerrado.

Me perdí por los recovecos del carrer de Petritxol, la plaza de San
Josep Oriol, la Boquería. De pronto dejó de llover. Me interné en el
Raval. Si no veo lo que veo, no lo creo. El pasadizo que sigue a la
Biblioteca de Catalunya -el antiguo convento de las Egipciacas- es un
prostíbulo a la hamburguesa.

Me metí a comer en Casa Leopoldo, el restaurante de la viuda de José
Falcón, aquel torero portugués tan bueno al que mató un toro de Hoyo
de la Gitana en Barcelona hace ahora treinta y cinco años. Yo estaba
empezando a escribir de toros. Fue mi primer torero muerto. No el
último, desgraciadamente.
Comí regular. No bueno, pero caro, como dice Antonio Vargas, el hombre
de confianza de los Chopera. Me trataron con mucho cariño. Media
botellita de Muga.

Dejó de llover. Al hotel, una siesta. A la plaza andando. Toreaba El
Juli. Estupendamente. Y mañana Dios dirá. El Juli venía esta mañana en
el mismo tren que yo, y en turista, como yo. Nos saludamos muy
cordialmente. En la plaza, cuando daba la primera vuelta al ruedo, me
puse muy de pie para que me viera. Y no sé si...

Última actualización en Domingo, 06 de Junio de 2010 21:55