TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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BARQUERITO. Escritos de confinamiento. Segunda parte (4)

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Dos textos viejos y no uno. Solo para curiosos y pacientes. Dos corridas de Miura en Sevilla. Una muy lista de 2010 y otra muy propicia de 2013. Ayer domingo los miuras habrían cerrado feria un año más. No pudo ser. En lesas dos corridas cabe una parte significativa del largo catálogo de la ganadería. El Juli se había apuntado a la de 2013, pero lo desbarató en la propia Sevilla un toro de Victoriano del Río solo cuarenta y ocho horas antes. Una cornada gravísima que amenazó gangrena. Con el lote de miuras de El Juli, es un decir, se reveló la frescura y la capacidad de Manuel Escribano, un torero tan castigado por los toros pero rescatado del olvido aquella tarde. En los dos carteles aparece lo que podría llamarse un elenco de especialistas: El Fundi, que es a quien más despacio he visto torear miuras -con miuras no vi a Limeño-, Rafaelillo, Padilla y Javier Castaño. Ayer estaba anunciado Escribano. Y Pepe Moral, que se ha incorporado al elenco de especialistas. Y un torero muy capaz pero mal valorado: Rubén Pinar, que fue en su día niño prodigio. O torero precoz. Rubén no ha tenido nunca suerte con los miuras: lotes siempre complicadísimos. Todos los demás, sin excepción, han catado alguna vez bizcocho. Bizcocho de Miura. ¿Cómo...? Comiendo.

Y un paseo interrumpido y errático por culpa de una puesta de sol.
Salud!

AGENCIA COLPISA 25 de abril. 2010


MIURADA DÍFICIL, RAFAELILLO ROZA UN TRIUNFO


Un buen cuarto, cuatro más que fueron mucho menos potables, un sobrero -5º bis- del Conde de la Maza bravo en el caballo, y el oficio y la seriedad de El Fundi y Padilla


Sevilla, 25 abril 19ª de abono. Caluroso. Más de tres cuartos de plaza. Cinco toros de Miura, de condición y remates distintos y un sobrero, quinto bis, del Conde de la Maza, cinqueño, entregado en el caballo, casi rajado al final. El cuarto, sardo, se empleó más y mejor que los demás. Probón y topón el primero; sin fuerza el segundo, que se revolvía y frenaba; violento el tercero, toro de espléndida y temible lámina; escarbó el sexto, que tuvo trato por la mano derecha y murió de manso.


El Fundi, de verde esmeralda y oro, ovación y saludos tras un aviso. Juan José Padilla, de prusia y oro, saludos y palmas. Rafaelillo, de carmín y oro, ovación y saludos tras dos avisos.


EL PRIMER MIURA se descaró de salida, se dolió de la divisa y amenazó fiereza. Lustroso, alto, negro, largo, zancudo. 600 kilos. No los aparentaba. El Fundi lo manejó de capa con destreza, gusto, temple y poder. En el caballo se blandeó de manso el toro, que se vino al pecho de El Fundi por la mano derecha y le pegó por el izquierdo un gancho. Toro probón y topón. Un ten con ten. Listo El Fundi para abrir el toro en sordo combate. Una estocada caída.


Cárdeno, de generosa envergadura y fina musculatura, el segundo tuvo alegría de salida. Toro pronto. Padilla le pegó a pies juntos cinco lances de recibo buenos y abrochó con media de gala. Antes de varas claudicó el toro, justo de fuerzas. Tres pares del repertorio de Padilla: un cuarteo por derecho, otro de dentro afuera y, para cerrar, un violín pasadito. Brindis sentimental: al gran Ruiz Miguel, que estaba en el callejón. No pudo ser: se revolvió el toro, se frenó y disparó sin puntería. Cuando se paró el toro, Padilla cambió de espada. Una buena estocada.


El tercero fue el más hermoso de los seis miuras. Porte distinguido y ofensivo. Muy largo. Una larga afarolada de rodillas: Rafaelillo al aparato. Pura decisión, siete lances de muchos brazos y también pies. Al ataque el toro, que cumplió sin más en dos puyazos. Dos valientes pares de banderillas de Pepe Mora, brindis de Rafael al público –era la primera miurada que mataba en Sevilla-  y a la guerra, porque el toro sacó son agresivo, de descomponerse, cabecear y tirar gañafones inclementes. Se puso por delante. No se arredró Rafael: con la zurda, muletazos de uno en uno, robados, pura habilidad, recursos. Sin ahogarse aunque el toro se había orientado en seguida.  Dos pinchazos, estocada delantera.


El cuarto, sardo, cabezón, frentudo, nalgudo, vino a ser el de mejor trato de todos. Seguro Fundi en el manejo del toro. Con capa y muleta: asentado, descarado en los medios, tranquilo, sin prisa, templado por la mano derecha, preciso en toques y enganches. Dos y tres tandas ligadas y abrochadas por la diestra. Buen manejo de la media altura. Se pasó de tiempo la faena. Dos pinchazos y una estocada de la que salió trompicado y derribado.


El quinto, altote y bizco, salió batido del caballo. Al suelo y al corral. A escena un gigantesco sobrero cinqueño del Conde de la Maza que vino con las del beri, se empotró en un caballo en el puyazo más duro, peleado y largo de toda la feria, y salió de él afligido, pero cobró todavía dos puyazos más y ninguno fue cariñoso. Quería caballo. Sacó el aire desafiante del toro de edad. No fue artero. Se dejó ver. Padilla lo toreó con autoridad y seguridad. Pudo sobrado con el toro sin darse ni coba ni importancia. Una tanda con la zurda templada. Cuando se vio sometido, hizo ademán inequívoco de rajarse. Generoso, lo retuvo Padilla. Para nada, porque se puso violento el toro. Una estocada desprendida. Rácano el reconocimiento de unas palmas tan solo.


Y el último de la feria: agalgado, altísimo, bien puesto. Escarbador, que no es común en Miura. Flojo pero resistente cuando se calentó. Muy alta la cara. Noble dentro de su estilo. Estupendo Rafaelillo. Coraje, ideas, soltura: la muleta por delante en una tanda con la zurda: seis y el de pecho. Notable el gobierno con la diestra: de aguantar al toro y empujar. Uno de pecho a pies juntos memorable. Y el desplante, perfecto, torero. Un jaleo. Volcada la plaza, la música. Un pinchazo, estocada a capón, barbeo interminable del toro en tablas, seis descabellos, dos avisos. Pero le tocaron con fuerza las palmas al torero murciano.

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AGENCIA COLPISA. 21 de abril. 2013. Sevilla: 14ª de abono

MIURA Y ESCRIBANO, LA BOMBA DE LA FERIA

Cuatro toros de buena condición –uno de ellos, de vuelta al ruedo- y triunfo redondo del torero de Gerena que, casi olvidado, entró en el cartel como sustituto de El Juli

Sevilla, 21 abril. 14ª de abono. Más de tres cuartos de plaza. Primaveral. Seis toros de Miura. El cuarto, jugado de sobrero, peligroso y geniudo. Corrida de bellas, varias y serias hechuras. Premiado con la vuelta al ruedo un sexto sobresaliente. Salvo un reservón primero, todos los demás dieron buen juego.

Rafaelillo, de púrpura y oro, saludos tras un aviso y saludos. Javier Castaño, de perla y oro, saludos y vuelta. Manuel Escribano, que sustituyó a El Juli, de nácar y plata, saludos y dos orejas.

Brillantes los banderilleros de Castaño: Galán, Adalid y Fernando Sánchez

LA CORRIDA DE MIURA en la que estuvo anunciado El Juli –reclamo mayor- trajo cuatro  toros de buena nota: tercero, segundo, cuarto y sexto. Los tres jugados de pares, abiertos en lotes distintos. Un lote completo para el tercer espada, Manuel Escribano, que tuvo la audacia de apuntarse en la sustitución de El Juli. Se cumplió el adagio latino: audaces fortuna iuvat. La suerte sonríe a los valientes. La suerte de dos toros más que relevantes, la que le pone al valor alas y la suerte de encontrarse la música dispuesta como nunca –hasta el regalo de una diana floreada cuando tocaron a muerte en el sexto- y de dulce el público de Sevilla. La última tarde de la feria fue un festín.

Casi por la Puerta del Príncipe Escribano, que, novillero puntero en su día, arrinconado luego en su natal Gerena –el pueblo sevillano de los Campuzano y los Quinta, de Punta y Daniel Luque también-, se fue a Venezuela en busca de fortuna, y la encontró, y vino hace dos años a repescarse, curtirse y refrescarse en el circuito del torismo duro francés. El domingo que viene está anunciado en la Camarga –San Marín de Crau, baluarte de severo torismo- con una corrida de Dolores Aguirre, el 12 de mayo con la de Prieto de la Cal cerca de Nimes, en Alés; el 19 de mayo en Vic Fezensac con la de Escolar y el 14 de julio en Ceret con la de Palha. Antes de salir a torear por la tarde, había firmado la de Palha con la empresa de Azpeitia.

Los miuras de son fueron toros de diversa fortuna: el cuarto, no el de más peso pero sí el de más cuajo de todos, remató de salida con estilo sobresaliente, pero, al ser cerrado a destiempo, se estrelló contra un burladero, el de capotes, y se tronchó el cuerno izquierdo por mitad de la pala. Lo devolvieron sin demora. Sensación segura de que el toro era de excelente reata. Por la manera de galopar, por las hechuras, hasta por el aire con que volvió a corrales. Acudió a un toque de capote entre barreras y lo tomó largo. Al limbo el toro.

Los otros tres de nota fueron distintos, pero tuvieron en común la prontitud, la viveza y la entrega. Cárdenos, como toda la corrida entera, incluido el reserva, que salió, por cierto, rana: perverso, geniudo, listo, violento y la defensiva. Una prenda. El segundo se descaró de salida nervioso y buscando caras por el tendido –señal tan propia de Miura-, no remató en el caballo, galopó en banderillas y quiso mejor por una mano que por otra. Un toro derechoso; por la izquierda se rebotaba un poco. El tercero sacó acompasado tranco y bondad, tanta que hasta se dejó clavar en tablas un par de banderillas al violín y al quiebro, que no todos. Banderillas de Escribano, que ya era de novillero competente rehiletero y no ha hecho más que irse soltando y ganando. El sexto, picado lo imprescindible, sacó particular alegría y en nobleza ganó a todos los compañeros de envío. Más noble que ninguno, de fijeza particular, pronto y fiable en toques, enganches y remates.

De modo que, con la excepción tan notoria del sobrero, la corrida de Miura no fue tan fiera como se pintaba. Tampoco fue de comunión diaria. Tardo y parado, reservón por tanto, el primero, celoso de salida, se desinfló en banderillas; llevaba un primer puyazo duro porque se empleó muy en serio contra el caballo de pica y es probable que acusara el castigo cuando lo hizo trabajar con buenas artes e ideas Rafaelillo. El quinto, de buen arranque –salida muy codiciosa-, terminó pegando cabezazos a final de viaje: señal de falta de fuerza. Salvo el sobrero de marras, ninguno de los miuras pecó de medir a los toreros –ni siquiera en banderillas- ni pegó los gaitazos tan temibles que vienen con el precio. Bramar sí que bramó alguno. Pero poquito.

Rafaelillo bailó con la más fea: el torote reservón que abrió el baile y el sobrero alimaña. Anduvo listo, fácil, resuelto, decidido, capaz, tranquilo. Sin volver la cara, dueño incluso de los regates del reserva, al que acabó engañando con muletazos de pitón a pitón. Al primero lo toreó de salida con lances templados, media docena, y remató con bella revolera. A los dos los mató por arriba de formidables estocadas inapelables. Javier Castaño lidió con buen criterio al segundo y se estiró a la verónica con el quinto y en buen compás. Una primera faena en un palmo de terreno -les costó a toro y torero pasar del tercer muletazo- y una segunda de buenos recursos, habilidad y pulso. Y tragaderas, porque el final del toro no fue la pipa de la paz. Al quinto lo tumbó sin puntilla de gran estocada. Al segundo, al cuarto viaje.

Y el hombre del día, Manuel Escribano, que lo hizo todo: a porta gayola a esperar a sus dos toros de salida, al lance en la vertical con serio encaje, por chicuelinas en un quite, de frente por detrás en un airoso galleo, seis pares de banderillas de supina seguridad y dos trasteos de absoluto encaje, el ajuste necesario, los brazos sueltos, las distancias intuidas y entendidas como si llevara toreando miuras desde ni se sabe cuándo. Una alegría, una sonrisa que parecía llegar hasta la última fila de la grada de sol. Con la izquierda o con la derecha, el de pecho, las líneas bien tiradas, una soberbia estocada para dejar al sexto sin tiempo ni de agonizar. Un jaleo importante. La suerte estaba echada.

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DE PASEO. CdeBitácora. Madrid. 4 de mayo. 2020

Los horarios laminados, prescritos, mínimos

Las Vistillas ultrajadas

Los remeros del Volga

Caracol y filósofo

De Cascorro al Everest

Dos mantones, un ascensor

DE TODOS LOS PALABROS llegados con la pandemia hay uno que no ha hecho fortuna: laminar, que en su novísima acepción se refería a delimitar franjas horarias para los paseos por la ciudad después de cumplido el 2 de mayo el último plazo del confinamiento. Delimitar sí, laminar no. ¿Vale? A los mayores de setenta años y a los dependientes acompañados se nos han asignados tres horas diarias. Con las campanadas del mediodía concluyen las dos matinales. La tercera, de siete a ocho de la tarde, podría coincidir con la hora del crepúsculo, que en la cornisa Oeste de Madrid es muy bella y marca con luces distintas los cambios de estación. Como si el sol girara en torno a la tierra y a este barrio, y no al revés.

Para la contemplación de las puestas de sol en Madrid el mejor punto de observación es el mirador de las Vistillas. El mirador, vandalizado, tomado como asentamiento de zíngaros de la Romania, instalado en el remate de un parque despojado y descuidado, es una pérgola de siete u ocho vanos con su obligada columnata y su barandal corrido de hierro donde apoyar manos o antebrazos. Para que el peso del paisaje caiga sobre los ojos o la mirada.

El abandono severo del mirador y del parque entero viene de largo. No es que el parque tenga ni haya tenido nunca mayor gracia –se talaron árboles para convertir en campo de deportes la primera de las dos plataformas- pero era merecedor de trato y destino mejores. Un campamento del todo marginal sobre uno de los espacios más singulares de la ciudad. Desde la pequeña arboleda tendida entre el viaducto y el parque la vista  es casi la misma, pero en cuanto despunta la primavera el terreno se reserva a terraza de un garito de la calle Bailén en la esquina de Morería. Enfrente de la arboleda, el Corral de la Morería, el templo mayor del flamenco puro en Madrid.

La caída en talud de verde tapiz desde el mirador hasta el río, la calle de Segovia y la Cuesta de los Ciegos es única. El acceso al parque fue precintado en marzo. Un precintado imposible porque el jardín no tiene puerta de acceso sino un mero murete corrido y una escalinata irrelevante. Como no se podía cerrar así como así, cortaron el paso desde Bailén y el cruce de la calle Yeseros, que es muy cortita pero tiene restaurante, ruso, y se llama Rasputín. Los rusos tuvieron el buen gusto de respetar los contraportones del negocio instalado antes y los pintaron de verde. El local está decorado como se espera de un ruso. Entre rústico y teatral. Nada que ver con la elegancia supina de los de París o Nueva York.

El primer restaurante ruso de Madrid se llamó El Cosaco, y todavía se llama, y como su mismo nombre indica… La vodka corre generosamente. De Alfonso VI, calle moruna donde empezó la aventura, se trasladó a la Plaza de la Paja, y ahí sigue. No es que tuviera encanto, pero sí garra. En su primer asiento gozó de fama de bar golfo solo porque después de cerrar a la hora se admitían visitas de gente perdida de noche, refugiados tardíos, bohemia residual. Acompañaba el ambiente música popular coral, con sus famosos solos de tenor. Y todo a media luz, lámparas decó, manteles bordados, samovares y balalaikas. El Rasputín apostó por un clima más refinado, camareros de uniforme a la vienesa, mucha formalidad, servicio distingido. Y aquí y allí, el caviar con sus blinis, que de eso se trataba.

Aproveché la mañana laminada del domingo para atacar Cascorro y medirlo un poco. Del Bistrot francés –Bar á Vins- creo haber contado más de una vez que sirve en barra vino bueno tinto –Borgoña, Burdeos, Ródano- y, en mesa, carta francesa surtida. Una ratatouille casera excelente. A veces, sopa de cebolla. Patés y compañía. Ostras. ¡Ostras! En oferta siempre. En la calle Maldonadas hay una marisquería sin pretensiones pero de calidad. De ahí las traerán.

Juraría que el Bistrot estaba antes en la plaza Matute, junto a la extraordinaria librería Desnivel, un maravilloso perdedero de su género: libros de montaña y aventura, toda clase de géneros de viaje y, desde luego, guías convencionales –siempre últimas ediciones- en idiomas varios, Brujuleando por las estanterías he encontrado y comprado alguna ganga. La sierra y parque de Guadarrama es el tema más tratado. Pero no menos las expediciones a los polos, las conquistas de techos del mundo, un generoso servicio de cartografía. Fotos panorámicas de los Himalayas. Brújulas, linternas y, sobre todo, ideas para dar la vuelta al mundo. De Cascorro al fin del mundo, de Matute al Indostán.

Han proliferado los garitos nuevos en la cabecera del Rastro. En una lista de recomendaciones interesadas de las redes ponderaban los méritos del Bistrot por debajo de los de una freiduría malagueña solamente discreta o de los del Asador de Pollos al carbón del Rincón de Puri, que no tiene mayor misterio y a distancia de Los Caracoles, la tasca más antigua de la plaza, tan antigua y tan estrecha, y tan popular. Caracoles a la madrileña, que todo lo admiten. En el Bistrot, a la francesa, los caracoles, de tamaño sideral, se cocinas con mantequilla y vino blanco, y salen casi solos pero cocidos de su concha. Con finas hierbas picadas.

En La Contra de La Vanguardia de hoy he leído una fantástica entrevista de Ima Sanchís con una escritora norteamericana, Elizabeth Tova Bailey, a propósito de un libro suyo reciente, “El sonido de un caracol salvaje al comer”, muy premiado en Estados Unidos, donde cuenta su relación de un año con un caracol, convertido en su compañía casi sentimental durante un año de confinamiento forzoso tras ser invadida y paralizada por un virus maligno durante una expedición a los Alpes hace treinta años. La relación con el caracol, casi una amistad, se convierte en una terapia de alivio y en una enseñanza casi ética. “Los caracoles tiene cerebro, memoria y aprenden”. Y una virtud envidiable: el poder entrar en estado inactivo, encerrado en su concha, siempre que las circunstancias no le fueran favorables. Meterse en la concha y sellarla.

Vi en dos balcones de Embajadores otros tantos mantones colgados -¡qué pureza, qué gracia, qué estilo!-, pasé por delante de la casa donde vivió más de la mitad de su larga vida Vicente Pastor, el torero al que sus partidarios pretendieron rival de Gallito y Belmonte –hay placa, pero no recuerda que el 7 de Embajadores, casa de 1902, fue la primera del barrio con ascensor. En el hueco del monumental cine Odeón, a cuyo derribo asistí hasta verlo en ruinas y convertido en un boquete inmenso, como la huella de una bomba, han levantado una vivienda dolorosa a la vista. ¿Aberrante? La cola de Levadura Madre, otro de los panificios modernos de la zona, era larguísima. Y ahí fue donde escuché a uno de mi edad decir que estaba a punto de “romper la hora”. Las doce. Como en la Cenicienta.