TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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SALAMANCA. Crónica de Barquerito: "Otro mexicano que arrea: Miguel Aguilar"

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El joven novillero de Aguascalientes sorprende por su capacidad y arrojo en solo su séptima novillada picada

Debuta sin fortuna en la feria el hierro charro de Casasola

Salamanca, 11 sep. (COLPISA, Barquerito)

Miércoles, 11 de septiembre de 2019. Salamanca. 1ª de feria. Soleado, fresco, ventoso. 3.000 almas. Dos horas y media de función. Seis novillos de Casasola (Antonio y Ángel Martín Tabernero). El quinto tris, jugado de segundo sobrero. Diego San Román, silencio y silencio tras un aviso. Manuel Diosleguarde, aplausos tras aviso y una oreja. Miguel Aguilar, saludos tras un aviso en los dos.

TRES NOVEDADES: el estreno del hierro de Casasola en la feria de Salamanca, el debut en La Glorieta de Manuel Diosleguarde y Miguel Aguilar en novillada con picadores y la primera vez que dos toreros mexicanos –Diego San Román y el propio Aguilar- eran mayoría de terna en una plaza española.

La sangre brava que más se viene multiplicando en el campo charro es la de procedencia Aldeanueva-Fonseca. La ganadería de Casasola, derivada del legado de Andrés Ramos, es una de ellas. Había curiosidad. En el tradicional desenjaule que precede a los festejos de la feria, llamaron  la atención por su seriedad los seis novillos del envío. Los seis fueron ocho a la hora de la verdad. El quinto de sorteo se derrumbó y fue devuelto. El quinto bis, el más ofensivo de los ocho aprobados, volvió a los corrales por cojo y descoordinado. Entró en liza un segundo sobrero, exangüe, sumiso y claudicante.

En el arrastre de ese quinto tris pareció quedar sentenciada la novillada entera. El segundo y sobre todo el tercero habían superado la prueba. Pero no el primero, que, castigado en exceso en una vara de mucho sangrar, pegó acostones, se rebrincó y revolvió. Tampoco un cuarto que de puro frágil se quedaba debajo. El sexto, de más volumen que los siete vistos por delante, y de hechuras distintas, fue codicioso, no tan feble como los que rozaron la invalidez, pero tampoco tan entero como los dos que apenas salvaron el honor de la ganadería, Su fondo, no su espectacular fachada. Todos salieron con muchos pies, pero todos se soltaron llamativamente. O por demasiado corridos en el campo. O por esa querencia común de los toros desenjaulados en el ruedo a buscar la puerta de corrales.

La suerte de los dos debutantes fue tan dispar como su propio estilo. El salmantino Diosleguarde –el apodo con que Manuel Sánchez honra a su villa natal-, muy formalista, parece inclinado al toreo de gesto y postura y, por tanto, de composición forzada. Sabe torear, pasó el examen de oficio con suficiencia. La faena justificatoria con el inocuo quinto dejó patente su mucho rodaje. Cuando toreó despacio al noble segundo, pecó de hacerlo despegado. Un punto aparatoso.

Miguel Aguilar, que toreaba solo su séptima novillada picada desde su estreno en el escalafón el pasado mes de marzo, sorprendió por su oficio: talento para resolver, ideas para elegir terrenos y distancias, fría la cabeza, impecable el ajuste. Acreditó valor sobrado, no solo recursos de torero mucho más hecho de lo previsto. En las formas: pases de pecho espléndidos a suerte cargada, ingeniosas soluciones a pies juntos, cabal dominio de dos toros en dos faenas donde hubo de todo un poco: acento clásico y no pocas temeridades de alarde en la segunda mitad de uno y otro trasteo. Arranque de novillero dispuesto a lo que sea preciso.

Diego San Román, que fue la sorpresa del año pasado en esta misma plaza y esta misma fecha, vino a toparse con dos toros nada propicios. El primero, que se coló por las dos manos, le levantó los pies unas cuantas veces y estuvo a punto de herirlo. Fue notable la entereza seca del torero de Querétaro. Al cuarto supo sujetarlo. Ni caso cuando se le quedó debajo. No se cansó de estarle en la cara. Una faena desmesurada. En zona cero, un sofocante arrimón. Y una estocada a recibir. Y soltando el engaño.

Postdata para los íntimos.- El precio del billete de autobús urbano en Salamanca es de un euro con cinco. La línea 12 te lleva desde Canalejas a casi la puerta de la plaza de toros, que es un bello pastel con una florida explanada por delante. En los días de feria, el autobús se baja hasta la Aldehuela, donde se montan las atracciones y parece que se celebran concursos de ganado. Lei esta mañana en La Gaceta que se están pagando por sementales charoleses precios como los de los caballos de carreras angloárabes. No tanto.
El desvío desde el paseo del Rollo hasta la Aldehuela se hace por una suave cuesta de hermoso nombre: Camino de las Aguas. No es una licencia poética. La calle baja hasta el famoso Tormes, tan caudaloso. Un río rico. Dad por buenos los cinco céntimos del billete porque en el precio se incluye la vista del río y, luego, una vuelta sinuosa por la Plaza del Rollo, con su gran rollo de piedra, un giro por el frondoso parque Picasso, un paso por túnel bajo las vías del tren de la línea de Madrid a Salamanca y las Fuentes de Oñoro y una tranquila subida por la Avenida de Portugal. La arquitectura de los años 60, 70, 80 y 90 de Salamanca carece de interés. No se notaría tanto en otra ciudad sin el encanto de la otra ciudad, la vieja, la de la piedra dorada.
El viaje en tren fue muy plácido. Hay dos maneras de llegar desde Madrid a Salamanca. En un media distancia que hace hasta Medina del Campo el recorrido por el tendido de la alta velocidad -y desde Medina, por la vía convencional- y en otro media distancia que viene bordeando el Guadarrama y jadeando hasta Ávila, para en Ávila para tomar aire y desde Ávila va cruzando la ahora famosa España vacía.
Los campos sembrados y cosechados ya en septiembre parecen yermos sin serlo. Están agostados los girasoles. El suave amarillo de los rastrojos y los paquetes de paja es un regalo para la vista. Calma. La gente sensata toma el tren que cruza los falsos páramos. Se tarda una hora más. Una hora llena. Casi vacío el tren. Con parada en Peñaranda de Bracamonte y llegada al apeadero de la Alamedilla a la hora de comer. Comer lentejas en el San Antonio. Y una tarta de queso servida en cuenco, sin mermeladas ni galletas. Como una mousse. De queso del país. Comida casera, digamos. Una casa de comidas. Van quedando menos y menos. Como quioscos de prensa. El de la Alamedilla junto al apeadero.
Última actualización en Lunes, 16 de Septiembre de 2019 21:31