TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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SALAMANCA. Crónica de Barquerito: "López Chaves, la estocada de la feria"

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El torero de Ledesma, tan querido en Salamanca, celebra sus veinte años de alternativa con dos faenas sentidas y un broche extraordinario con la espada

Un gran toro del Puerto dentro de una corrida variada

Salamanca, 15 sep. (COLPISA, Barquerito)

Sábado, 15 de septiembre de 2018. Salamanca. 4ª de feria. 4.000 almas. Anticiclón. Dos horas y tres cuartos de función. Seis toros de Puerto de San Lorenzo (Lorenzo Fraile). El quinto bis, sobrero. Padilla, silencio y oreja tras un aviso. Domingo López Chaves, una oreja en cada toro. Luis David Adame, silencio en los dos.

CORRIDA DE LAS LARGAS. Casi tres horas en La Glorieta, transiciones interminables entre toros y toro, pilas de tiempos muertos. Desfilaron unos cuantos antes de soltarse el sexto toro, que fue el séptimo en juego porque se había devuelto por frágil el quinto. No menos frágil que el devuelto fue ese sexto. Pero no eran horas de reclamar ni de ponerse a mover toriles y corrales. Solo que el segundo sobrero del Puerto se llamaba igual que el cuarto de sorteo, Malaguito. El toro de la tarde.

 

Un dechado de nobleza y no solo. Exquisito fondo, embestidas muy regulares. El ritmo, la manera de descolgar y humillar y la franqueza que buscan los ganaderos encumbrados. Las hechuras propias del tipo y encaste Atanasio: lomillano y badanudo, las borlas de la cola barrían la arena, recogido de cuerna, acucharadito, armonioso. Receloso y frío solo de salida, atacó y dobló en cuanto tomó engaño.

No ha habido en toda la semana de feria ni una tarde sin toro sobresaliente. Y cada uno, de manera y aire distintos. Este Malaguito tuvo una muerte tan resistida y emocionante -llegó a levantarse- que la gente rompió a aplaudir con ganas mientras duraba la agonía, que fue de casi tres minutos. Un aviso al echarse, pero no del todo, y casi el segundo cuando al fin se rindió. Reata de nota en el Puerto.

Por todo eso no se entiende que el otro Malaguito se quedara de segundo sobrero. Emparejaría la corrida más de lo que lo estuvo. Es tradición en Salamanca que las corridas del Puerto sean las mejor presentadas. Seis gotas de agua. Y hasta ocho, como el año pasado en festejo de cuatro espadas y todavía más largo que este otro.

Los toros que rompían la línea habitual fueron primero y tercero. El primero, hondo cinqueño muy astifino, corto de manos, lindo cuajo, salió abanto y encogido, tardó en fijarse y antes de hacerlo cobró un volatín completo - ¡pumba! - y al punto un alevoso puyazo trasero. Mil capotazos de brega defensiva. Estaba escrito que el toro no se iba a ver y no se vio. Padilla, desconfiado, tiró por la calle de en medio.

El otro toro discordante fue el tercero, salpicado y tan lustroso como todos los demás, sacudido y estrecho, bizco o zurdo, un garfio el cuerno derecho, afiladísimo. En un saludo precipitado, y tras larga cambiada de rodillas en tablas, Adame se fue a los medios para ajustarse en lances de costado, sedicentes chicuelinas, y del cuarto encuentro salió prendido por la entrepierna, Una voltereta bestial que lo dejó sin color y casi desvanecido. Pero ileso. El toro arrancó de cuajo un tramo de tablas junto al burladero opuesto a toriles. Pudo haber pasado al callejón sin llamar a la puerta. No se sabe qué oportuno capote - ¿el de Miguel Martín, el de López Chaves? - tuvo efecto disuasorio.

Mientras se ventilaba el destino de Adame y se cerraba el agujero, el toro estaba cobrando el puyazo más duro de toda la semana y lo acusó: fue de ir y venir sin celo, de salirse distraído. Adame hizo un esfuerzo. Y repitió con el sexto, que se le fue de manos demasiadas veces. Padilla, que atendió la demanda de banderillear al cuarto, anduvo en esa baza peleón y habilidoso y, al final, atrevido entre pitones. La gente lo celebró. El público de los sábados de feria en La Glorieta es fácil de contentar.

Domingo López Chaves cumplía justamente veinte años de alternativa. La tomó en esta misma plaza. 1998. Era entonces promesa de torero de refresco. La falta de acierto con la espada, tantas veces su cruz, lo relegó pronto a torero de segundo plano. Pero no solo regional. En Madrid, donde salió a hombros en su debut de novillero, tiene un expediente estimable y es torero reconocido. En la Francia torista, y sobre todo en la temible Vic Fezensac, es un ídolo.

En vísperas de la celebración insinuó que el final de su carrera está próximo. Una familia feliz, la vida resuelta, una ganadería que funciona. Y un carácter cabal y sin dobleces. Es un torero muy querido no solo en su Ledesma natal. En la Salamanca capitalina. Y en el campo charro, también. Por ser, entre otras cosas, de los que hacen todo a favor del toro: no los esconden, a pesar de que descargar la lidia del sobrero en la cuadrilla estuvo a punto de salirle caro -tantos capotazos de doma avisaron al toro, que tardó en romper-, cuida del tercio de varas, no pega tirones, sabe andar y moverse por la plaza.

En los toreros ganaderos el son campero para torear se acentúa con el paso del tiempo. Es su caso. Y su gracia: la verónica corta y acompasada de manos recogidas, por ejemplo; la manera de medir las fuerzas, el abundar cuando parece del todo echada la suerte, la llana forma de torear sin artificio. Fue más complicado y más bravo el toro de los veinte años que el sobrero, menguado de poder. A los dos les dio trato parecido. Al uno lo toreó por abajo con la diestra en dos tandas logradas, las dos con espléndidos remates de pecho. Con el otro, una vez sometido, se enfadó en una tanda con la izquierda de mucha verdad. Y puso en fin la firma adecuada: una memorable estocada por el hoyo de las agujas. Ejecución canónica, la muleta en la mano. La estocada de la feria. No es poco.

Postdata para los íntimos.- En la Plaza Mayor de Salamanca, espacio indiscutible, han ido cayendo poco a poco unos cuantos comercios clásicos y no solo las tiendas de toda la vida. Se llamaban tiendas hasta que la palabra empezó a parecer poca cosa. Sería por el reflujo de los centros comerciales, insaciables. Las tiendas fueron cayendo y cambiando de manos y contenido.Y volviendo a caer. No he echado la cuenta, pero juraría que en los últimos diez años ha caído más de la mitad del comercio de la plaza.

De la misma manera que el la estación de ferrocarril de Nimes solo hay mujeres solas de cierta edad y tal vez de vuelta, en el tramo de soportales entre Las Torres y el Novelty solo hay hombres. De parecida edad. De pie, hablando, fumando, no se sabe esperando qué. El tinglado que se monta para los conciertos de la semana desfigura la plaza. pero ¿dónde pongo los músicos, si no? Es de agradecer que el puesto de periódicos de-toda-la-vida siga en pie y en su forma antigua. No es un kiosco, sino un puesto. Muy surtido y bien organizado. Hay periódicos extranjeros y toda la prensa de Madrid. Cuando estallaron las hostilidades con Cataluña tras el pleito por los papeles del Archivo de la Guerra Civil, dejaron de traer La Vanguardia. Y eso pago yo.

La luz y el color de la piedra de arenisca que dan a la almendra de Salamanca su apacible prestancia son solo apariencias. En cuanto escarbas, sale que esta es la ciudad española con mayor registro de batallas de banderías dentro de su propio recinto. Por eso hay una llamada Plaza de los Bandos, que en la semana de feria es un zoco de casetas dnde huele a panceta ibérica. Tocino.

Y, luego, tanto en la Guerra de Sucesión de 1700 a 1714 como en la invasión napoleónica, los destrozos y desastres fueron incontables. La desamortización de Mendizábal y la resaca de la Revolución de 1868 -la Gloriosa- pasaron por esta ciudad como el caballo de Atila. Y, sin embargo, qué placer pasear por el Mercado, perfectamente vivo, o bajar hasta Doctrinos para tomar un vino de marca caro, bueno y en impecable estado. Y el gusto de saber que ya no instalan casetas de feria delante de las Úrsulas ni de Monterrey. Y que el ruido parece acotado en zonas ciertas. En el Cortefiel de la Plaza Mayor, empresa en origen salmantina -de Béjar, de los Hinojosa, "para vestir en el acto", rebajas muy notables. Pero la ley del dos por uno.

En un garito afrancesado de la Plaza de los Sesmeros, junto al Mercado, un salmorejo soberbio y una merluza al vapor demasiado seca pero regada con salsa de gambas. Es difícil cocinar al vapor. No imposible.
Dominicos o Jesuitas: otra de las batallas de bandos

 

 

Última actualización en Martes, 18 de Septiembre de 2018 19:54