TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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BILBAO. Crónica de Barquerito; "Diego Urdiales, un botín, y un toro de bandera"

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La fortuna de un lote excelente para el torero de Arnedo

Tres orejas y a hombros

Trago amargo para El Juli, desafortunado en el sorteo, pero vibrante y entregado con un peligroso sobrero en faena de alta tensión

Trámite de un Ponce conformista con dos buenos toros.

Bilbao, 25 ago. (COLPISA, Barquerito)

Sábado, 25 de agosto de 2018. Bilbao. 8ª de las Corridas Generales. 11.800 almas. Nubes y claros, templado Dos horas y cincuenta minutos de función. Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). El quinto tris, sobrero. Ponce, silencio tras un aviso y saludos tras un aviso. El Juli, silencio y saludos tras un aviso. Diego Urdiales, oreja tras un aviso y dos orejas tras un aviso.

TARDÓ UN POQUITO en salir el toro de la feria. El mejor de la semana, el que pusiera a todos de acuerdo. Pero salió a última hora, cumplidas ya dos horas y media de función, casi de noche y a la luz de los focos de Vista Alegre. El sexto de sorteo de una corrida de Alcurrucén más desigual y tropezada de lo previsto. Ese sexto, un Gaiterito de la familia tan célebre de los músicos, fue el octavo en aparecer. Lo precedieron cinco hermanos de sangre y no camada, pues el quinto, pobre de cara, pero grandullón, de hechuras impropias, fue el único cinqueño del envío y el de peor nota de los vistos hasta entonces.

Solo el segundo, la cara alta, tardo, distraído y apagado hasta la hora de irse rajado a tablas, había sido de pobre condición. Comparado con el quinto, pasó en la repesca la prueba. Los otros tres dieron buen juego. Dos de ellos, primero y tercero, eran de reata de músicos también. Llevaban el mismo nombre: Tonadillo. Y Afanosito el cuarto, de reata de oficios y empeños, que está dando en los últimos tiempos a los ganaderos todavía más alegrías que los músicos.

De los dos Tonadillos, el tercero, noble pero tardo y algo encogido, fue de más fondo que el primero, que, molido literalmente a capotazos y muletazos, y visto tan solo entre rayas y tablas, se acabó quedando sin gasolina. El cuarto, el afanoso, tuvo más plaza y trapío que los tres primeros. Para la segunda mitad de corrida se reservaron los más aparentes. Sin contar el capitidisminuido quinto. De todas las corridas de Alcurrucén jugadas en Bilbao esta fue la de presentación menos rigurosa. Bien hecho el tercero, mejor que los demás, y todavía más el que iba a completar lote con él, el espléndido toro que cerró festejo y fue como champán a borbotones.

El reparto de sorteo fue, como es obligado, puro azar. Para Ponce los dos toros de más sencillo manejo. Urdiales se llevó el lote. El Juli bailó con la más fea. Le tocó vivir una aventura inesperada. El cinqueño grandón, que no había hecho más que frenarse, perdió un pitón al pelear o protestar en el peto con genio violento. Fue devuelto, De Alcurrucén eran los dos sobreros, que no entraron en sorteo. El primero de los dos, bizco, astifino y cornialto, bajo de agujas, salió acalambrado pero con pies, pareció derrengado antes de acudir al caballo, echó entonces la cara arriba y salió de una vara renegada partido en dos. Al corral.

El segundo sobrero fue un galán de espectacular pinta: castaño berrendo y cinchado, lucero y calcetero, muy fondón y cargado de culata, alto de cruz. Ni feo ni bonito sino todo lo contrario. Las manos por delante de salida, listeza muy evidente, suelto y sin fijeza, rompió la baraja. Se escupió del caballo de pica dos veces y El Juli, que pidió el cambio tras un mero segundo picotazo, se encontró en la muleta el toro crudo, avisado, muy pegajoso y revoltoso, de pegar cabezazos descompuestos, de tirar cornadas al aire, y de ir ganado en bronquedad y aspereza cuando tuvo al matador a tiro o delante.

La faena fue de tensión nada común. Hacía tiempo que no se veía a El Juli tener que hacer frente a una papeleta de ese calibre. El empeño fue de gran emoción cada vez que Julián pudo pegar un primer muletazo de poder y por abajo, y ligarlo con otro, y el obligado de pecho con el toro, punteante, subido a la parra y buscando camorra. Al cumplir faena, entera en los medios, el toro pegó una coz al aire. Como si echara una firma. Después de dos pinchazos, una estocada caída y un aviso, se puso a barbear las tablas desde el burladero opuesto a toriles hasta la puerta de arrastre. Una agonía de dos minutos y una muerte resistidísima.

Así que el argumento de la corrida se había ido al traste después de esos tres episodios tan singulares. Ponce había estado machacón y reiterativo con sus dos toros, y a los dos los mató sin fe ni acierto. Urdiales, en ambiente incondicional, del todo volcado con él, le hizo al tercero una faena de más espuma que cuerpo o peso, repensada y no fluida, más pendiente el torero de Arnedo de componer y dibujar en la media altura que de gobernar del todo el toro. Una estocada excelente. Y un aviso. Dos, una por toro, se llevó Ponce. ¡Ese reloj! Un quite de Diego a la verónica al segundo de la tarde había sido la tarjeta de visita. Un quite precioso que no tuvo réplica de El Juli, que luego muleteó con pulso y carácter. Hasta que se le fue a las tablas el toro.

A Diego le tenía el destino preparado al cabo de tanto zipizape ese último toro tan bravo. Tan bravo, pero solo la electricidad precisa, y con él vivir en Bilbao por tercera vez en los últimos tres años una apoteosis. Las tres, con toros de Alcurrucén. El toro se había soltado del caballo de pica, como suelen los de su estilo, pero ya galopó antes de banderillas y no fue preciso ni probar. En la apertura, Diego se dejó ir en tres trincherillas intercaladas con tres por la diestra en la suerte natural, y abrochó con rancio molinete. Fueron joyas de la faena. Y de ahí, al tercio y los medios, donde, abierto en solemnes pausas y con aire metódico y muy premioso, vino a ser una faena no redonda pero sí bien dicha cuando tocó entonarse.

Entonarse en tandas cortas y en distancias muy calibradas, sin excesos. Los muletazos templados parecían planchados. Y el encaje, impecable. La tanda mejor, que estaba pendiente, fue una con la izquierda sin perder pasos sino ligando en el sitio y cuando el recuento de tandas se había ido larguito. Por exceso de pausas, por la voluntad de Diego de torear en la media altura. La gente toda -en tendidos y galerías de sol, público paisano que no paró de pegarle gritos de aliento- celebró la fiesta sin entrar en detalles. Una estocada, un aviso, dos orejas. Un botín.

Postdata para los íntimos.- El viaducto de Miraflores sobre el Nervión donde empieza a perfilarse la Ría, y sobre la calle Zamácola y el muelle de Urazurruita es una de tantas obras maestras de la ingeniería vasca. La catástrofe reciente de Génova ha sembrado la alama y, como el País Vasco está sembrado de viaductos -mayoría en Guipúzcoa- los controles se han acelerado. Ese viaducto impone. Debe de ser de los más antiguos de Vizcaya. No es largo, porque tampoco lo es el trecho que cubre. Pero es altísimo si se contempla desde el muelle en la margen izquierda, donde el barrio tan anónimo de La Peña, o desde la senda de la margen derecha.
La senda es un delicioso paseo que lleva desde los pontones y los caños de Abusu hasta la misma estación de Atxuri. El parque de La Peña, el Ibaieder, estaba esta mañana solitario y plácido. Olía a hierba mojada, palomas voraces, un padre y su hijo jugaban al baloncesto. Las escuelas de Abusu-La Peña se han instalado en lo que fue en tiempos un cuartel y un molino, uno de esos edificios de mampostería y vanos conventuales tan de Vizcaya. La senda tiene un itinerario marcado para naturalistas, pero todas las cartelas están en vascuence, y solo vascuence. El arbolado de la senda es muy variado: abedules, acacias gigantescas, robles, encimas. Y golpes de carrizos. Muy bonito. Muchísimos pájaros. No bicis, solo caminantes.
He caminado desde el final de la calle Zamácola hasta el puente de San Antón y en el primer garito abierto del muelle de Marzana me he sentado a tomar un Biga y a leer algo. Y a mirar el cielo y ver el caserío de Santutxu, lo que de él se ve, que no mucho.. Nublado, fresquito, muy a lo lejos llegaba el eco de los ruidos del Arenal. Enfrente del muelle, el impresionante Mercado de La Ribera, que parece un transatlántico varado. Parece que Marzana se ha puesto de moda para comer en plan caro y chic. He visto recomendado el restaurante Mina en varias gastropáginas. La carta, rara, no me ha dicho nada. Yo iba camino del Monterrey para despedir a gusto la semana, con un pisto extraordinario, infinitamente mejor que el del Guria, y una merluza de pegar saltos de alegría. Y leche frita. Y un maitre de origen probablemente gallego que es la simpatía pura. Se llama Quico. No sé si  con dos kas o qué. El cuadro de Matxin Benta del fondo del Monterrey es un homenaje a esa venta encrucijada de caminos cerca de Azpeitia, donde se juntan la carretera de Goyaz y Vidania y la que va a seguir el curso del Urola hacia su fuente.
Era fiesta en Bilbao. Todo el mundo de la calle. No llovió apenas. Tanto augurio de tormenta. Y nada.