TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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MADRID. Crónica de Barquerito: "Luis Bolívar gana crédito"

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Un toro incierto de El Pilar le coge  y le hace sufrir pero el torero de Cali sale airoso de una dura prueba. Estreno de una Corrida de las Naciones sin competencia ni argumentos

Madrid, 31 may. (COLPISA, Barquerito)

Jueves, 31 de mayo de 2018. Madrid. 24ª de San Isidro. 15.000 almas. Primaveral. Dos horas y veinte minutos de función. Corrida de las Naciones. Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile).

Juan Bautista, silencio. Luis Bolívar, silencio tras un aviso. Cogido por el segundo, fue atendido en la enfermería de contusión torácica y un puntazo en la pierna derecha. Lesión de pronóstico reservado. Juan del Álamo, silencio tras un aviso. Joaquín Galdós, silencio tras dos avisos. Luis David Adame, vuelta protestada. Jesús Enrique Colombo, vuelta tras un aviso

LA PUESTA DE LARGO y estreno de una insólita Corrida de las Naciones en Madrid. Seis espadas de cada uno de los países donde, a excepción del Ecuador, pervive la tauromaquia de muerte. Por orden de antigüedad de su representación: Francia, Colombia, España, Perú, México y Venezuela. Seis toros del campo charro, del hierro de El Pilar. Corrida muy dispar. Tres cinqueños, que se jugaron de impares, y tres cuatreños, que dieron más peso y volumen que los otros, y se movieron más y mejor. El sexto, del cupo de cuatreños, fue el de mejor son de todos, o el único en que se hizo reconocible el aire bondadoso de la ganadería y de su procedencia Aldeanueva/El Raboso. El cuarto, de inmensa talla -600 kilos pintados de negro-, fue y vino con algún acostón. Toro manejable, pero sin el estilo del sexto. Y un segundo de corrida, el que abrió el terceto de cuatreños, que entre bravucón y tormentoso resultó el más guerrero y emocionante de la corrida toda.

El toro bélico, para el colombiano Luis Bolívar en su único contrato del abono. Para el peruano Galdós, en idénticas circunstancias, el monumental cuarto, que medía más que él y le hizo pasar con la espada un quinario porque no daba el brazo más de sí. Y menos que el brazo  una espada corta, que, cinco pinchazos, dos avisos, arruinó el final de un trasteo valeroso y bien compuesto. Para el venezolano Colombo, que solo la víspera había confirmado alternativa, el pacífico sexto, que estuvo, sin embargo, a punto de volarle la cabeza en un error humano o técnico de torero nuevo, le abrió una herida en la mandíbula y le pegó en la cara un porrazo tremendo.

La paliza de la tarde se la llevó Bolívar, pues el proceloso segundo, listo y mirón, el dedo en el gatillo, lo prendió en solo el segundo muletazo a suerte cargada con que decidió estirarse el torero de Cali fuera de las rayas tras un bello inicio a dos manos en tanda de horma y no castigo. Un puntazo, la pañoleta hecha tiras, el chaleco también, el gesto demudado porque la cogida fue de sorpresa. Es el punto incierto que el toro de El Pilar tiene antes de fijarse del todo. La faena de Bolívar fue la de mayor enjundia y más fino criterio de la tarde. La más seria, consistente y emocionante. Planteada en la línea de fuego y donde el toro fue siempre riesgo. No solo por la mano de la cogida, sino por la izquierda también. Bolívar tuvo que jugar con los pasos -ganarlos y perderlos-, la muleta por delante para cubrirse del juego graneado, los muletazos traídos por delante, ligados, resueltos en un solo terreno. El detalle caro de forzar al toro a media altura por su mano aviesa, la diestra, la del puntear en todas las bazas. Más breve, habría ganado peso la faena, que Bolívar remató de estocada caída.

De los tres cinqueños, el quinto, el más descarado del envío, pero el mas corto y, en noble, el más vivo también, dio juego, metió la cara, descolgó y repitió. Se fue acoplando con él Luis David Adame de faena de más temple que ajuste, más ligazón que calma. El gesto aparatoso, que parece de marca propia. Un intento de toreo a pies juntos de escuela mexicana que no prosperó. Y una faena tobogán: fue bastante mejor la primera parte que la segunda, y hasta una tercera, porque se hizo largo el negocio, y el toro amagó con rajarse. Una estocada delantera hasta el puño. Y la firma de un sabroso y logrado quite por navarras en el toro de Galdós.

Si la cosa fuera de apuestas, eran favoritas sobre el papel Francia y España. Cumplían feria Juan Bautista y Juan del Álamo. Dos tardes anteriores en corridas de terna. Saldo muy discreto. Solo la faena de Juan Bautista al cuarto toro de La Quinta, sus detalles de lidiador, una excelente estocada. A Juan del Álamo se le fue el santo al cielo el 19 de mayo con un alcurrucén de buen trato. No fue ahora baza propicia. El toro de Juan Bautista que partió plaza, tardo pero correoso y revoltoso, mutante e incierto, no se prestó a juegos. Acusó el sentido de la edad. El de Juan del Álamo, pronto pero informal, salidas sueltas, dejó estar más. Tenso el torero de Ciudad Rodrigo, desanimado, despegado. Faena mal medida.

Todo corazón, demasiado teatral, víctima de la coreografía de los tiempos muertos que ya es tendencia, muy verde para tragos de distinto signo como el de Garcigrande del miércoles o este otro, Colombo cumplió con sus alardes de banderillero atómico, acertó a superar porrazo y paliza, quiso más que supo y se fue tras la espada como una vela.

Postdata para los íntimos.- La evocación personal que ayer hice de la llegada de los toreros en jardineras a la plaza viaje fue una broma facilona, una gansada. El último viaje de las jardineras desde la calle (de la) Aduana -parador de la tropa de pica- hasta la explanada de la Fuente del Berro data de 1910. Había picadores que iban a la plaza a caballo. Unos dos kilómetros. Yo no había venido al mundo en 1910, Ni siquiera mi padre. Tampoco mi madre.
Lo que sí he visto con estos ojos y no hace tanto -¿o sí hace tanto?- fueron la mulillas que Juanito el cojo traía desde la Casa de Campo a pie por todos los antiguos bulevares hasta Colón, Goya y Alcalá-Ventas. Las vi bajar a la plaza y hacer la vuelta. Y las vi vestir más de una vez en las cuadras gracias a Eduardo el Pimpi. Durante dos veranos fui fijo del bajo del 2, donde llevaba la voz cantante Juanita González, la madre de los Pimpi -Antonio y Eduardo Vallejo- que entonces tenían la contrata de la cuadra de picar.
Juanita era una aficionada extraordinaria. Su padre, Telesforo González "El Anguila", picó el primer toro que se jugó en la corrida de inauguración de las Ventas, la de junio de 1931,el  mismo día que cumplió mi difunto padre veinte años. El Anguila tenía en el mercado de Antón Martín un puesto de pescado que traían de Asturias vía Astorga. La esposa del Anguila era asturiana y por eso. Anguilas de Cudillero o Luarca.
Como compañera de localidad Juanita no tenia precio. Por lo que sabía y por lo bien que hablaba de toros. De toros y de todo. Entre sus muchos saberes estaba el tercio de varas. Ella fue del círculo de los Barajas y los Pimpis -piqueros de la cuadrilla de Manolete. O sea, que sabía de lo que hablaba. Como se conocía a toda la caballería andante, solía hacer predicciones. "Este se carga el caballo, ya verás..." Y no fallaba.
De labios de Juanita escuché algún relato extraordinario. Ninguno como el de la faena del toro Ratón, de Pinto Barreiros, 1945, Manolete. La contaba con tal detalle que parecías verla con tus propios ojos. Y la gracia es que ella no la pudo ver, porque fue corrida de no hay billetes y ni los picadores de la casa tenían pases libres. Pero Juanita contaba que, en el cuarto toro, se vino a la plaza andando desde su casa de Ramón de la Cruz y que en el tramo de Manuel Becerra a Ventas el griterío de la gente -los oles, de entusiasmo-  le hicieron temblar las piernas. De emoción. Y casi se derrumba.
Seis furgoneta en la puerta de cuadrillas esta tarde. Seis furgonetas, seis.
Y, en fin, las jardineras no. Pero a Garcia Montes sí lo vi torear. De tercero de cuadrilla.
Última actualización en Viernes, 01 de Junio de 2018 22:50