Notable faena al toro de mejores condición y hechuras de una agresiva y difícil corrida de Dolores Aguirre
Rafaelillo, con lote violento y taimado
Firmeza de Alberto Lamelas
Madrid, 5 jun. (COLPISA, Barquerito)
Lunes, 5 de junio de 2017. Madrid. 26ª de San Isidro. Primaveral, golpes de viento sueltos. 16.000 almas. Dos horas y veinticinco minutos de función. Las banderas, a media asta en señal de duelo por el atentado de Londres. Seis toros de Dolores Aguirre (María Isabel Lipperheide Aguirre). Rafaelillo, silencio en los dos. Alberto Lamelas, palmas tras aviso y saludos tras aviso. Gómez del Pilar, oreja tras un aviso y silencio tras un aviso. Cumplió bien en brega y banderillas Juan Navazo. El sitio y la colocación de Álvaro Oliver.
EL MEJOR HECHO DE los seis toros de Dolores Aguirre fue el tercero. El de más peso pero mayor armonía. A las hechuras se avino la condición. La ley clásica del encaste Atanasio: fría la salida –la larga cambiada con que Noé Gómez del Pilar lo saludó a porta gayola apenas le provocó- pero celo del bueno al tomar el capote en siete verónicas de hermoso vuelo. Al ir a rematarlas, se le fue de las manos la capa a Noé –un raro desaire, nervios mal sujetos- y el trance se resolvió con una larga. Veinte corridas de feria y nadie le había pegado de salida siete verónicas tan templadas a un toro de salida.
De todo un poco hizo la corrida en el caballo: tardear, pelear, blandearse, escupirse. Este tercero tuvo en varas la entrega que no tuvieron los demás. Enterró pitones en la arena, casi el volatín completo; claudicó cuando, después de la segunda vara, lo corría por delante Juan Navazo, que lidiaba. Otras dos virtudes tuvo el toro que no se vio en los cinco restantes: la elasticidad, que no es común en los toros atanasios salvo para revolverse, y la fijeza en el engaño.
Con ese toro iba a llegar una faena notable por todo. Faena brindada por Gómez del Pilar a Vicente Yangüez El Chano, que, en su silla de ruedas, es testigo diario de San Isidro desde la bocana de un tendido alto de sombra. Brindis sentimental. Como siempre que el protagonista es un torero caído en combate. Faena de poder a poder, abierta en los medios con descaro suficiente y una llamativa calma. En redondo tres ligados de mano baja y dos de remate. Una sorpresa ver torear de partida tan despacio y con tanto encaje. Una segunda tanda más densa, cuatro ligados, y el de pecho. Y una tercera mejor que las dos previas, el toro, descolgado, embarcado y librado, cuatro en redondo, un cambio de mano por delante y el de pecho cosido con él.
Las pausas entre tandas, no impostadas pero sí pensadas, muy de torero académico, pecaron por exceso. El toro acusó las transiciones y por la mano izquierda fue bastante menos claro. Ya lo había avisado en el remate de las siete verónicas de salida. De una primera tanda de solo dos naturales de ensayo y cata, salió suelto en busca de tablas. De rayas adentro fue la segunda mitad de faena, menos brillante porque tocó sujetar al toro. El dibujo de dos naturales cosidos con un farol, el de pecho y un recorte fue de torero de firma. Luego, dejó de pelear el toro. Sonó un aviso antes de la igualada. Una estocada desprendida. Una oreja. Era la primera vez que Gómez del Pilar toreaba en San Isidro como matador de alternativa. Hace apenas dos meses la confirmó con una de Victorino nada sencilla.
Los afanes de distinto signo del propio Gómez del Pilar y de Alberto Lamelas se empeñaron en buscar el fondo posible de dos toros más muy de Dolores: un hondo quinto, que, la cara alta, se desentendió de engaño por la mano izquierda, y un sexto de agresivo son, de aire incierto, probón y reservón por tanto. Al sexto se lo sacó Gómez del Pilar al tercio, lejos de su querencia, y le llegó a pegar hasta tres tandas en redondo nada sencillas. Otra vez el encaje, el muletazo templado y, antes de ponerse el toro por delante, meterse, enterarse o puntear, su ligazón muy apurada. Los méritos de la faena, bien tramada, se los comió la espada. Cuatro pinchazos sin pasar, casi en tablas y en la suerte contraria. El trabajo de Lamelas con el quinto fue, antes de rendirse el toro, de mucho ponerse y exponerse, sobresaliente la firmeza, determinación innegable, desgarrado el dibujo del toreo a media altura, que es tan difícil.
Rafaelillo se había apuntado voluntario a la corrida de Dolores. No tuvo correspondencia el gesto. El primero de los seis, herido muy trasero en varas, se descompuso con una violencia defensiva insólita. Violencia de toro afligido: una rareza. Tampoco se había vivido en cuatro semanas de feria nada parecido. Trallazos, gañafones, cabezazos bestiales, ásperos topetazos. Rafaelillo resolvió con agallas, pero atravesó al toro con la espada, que asomó. Los lances de saludo, rodilla en tierra, muy bien tirados, no hicieron presagiar el desenlace. El cuarto derribó a Esquivel en la primera vara, no paró de mugir, esperó, cortó e hizo hilo en banderillas, se rajó casi a las primeras de cambio y le buscó a Rafaelillo las zapatillas, las medias y los machos bien atados cuando se vio obligado. Fue, por instinto, el toro más peligroso de la tarde.