TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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MADRID. Crónica de Barquerito; "Clase y corazón de Fandiño con dos toros bravos "

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El torero de Orduña cobra un caro trofeo. La corrida de Cuadri, aunque demasiado desigual de juego, salva el honor del torismo en San Isidro con tres toros relevantes.

Madrid, 2 jun. (COLPISA, Barquerito)

Jueves, 2 de junio de 2011. Madrid. 23ª y última de abono de la Feria de San Isidro. Casi lleno. Soleado, templadito, ventoso.

Seis toros de Hijos de Celestino Cuadri. De impresionante fachada. Bravos segundo, quinto y sexto, que dieron mucho juego. Con peligro primero y cuarto. Descompuesto un fiero tercero que pegó oleadas y tuvo tomada la plaza.

El Fundi, de verde hierba  y oro, silencio y pitos. Iván Fandiño, de lila y oro, vuelta tras un aviso y una oreja. Alberto Aguilar, de nazareno y oro, palmas y pitos tras un aviso.

Acertados y valientes los banderilleros de Fandiño: Jarocho, Pedro Lara y Llaverito.

LA CORRIDA DE Cuadri fue de mayúsculo cuajo: la más seria de la feria, la de mayor promedio en pesos, la de más respeto. De apabullante presencia, muy variada y abierta de líneas. Salió, de paso, muy desigual: la condición, el juego, el carácter. De hondura despampanante primero y tercero; corto de manos, de espléndido remate el quinto, que al estirarse y engallarse parecía dominar a la vez los dos caballos de pica y todas las puertas, y pudo gloriosamente con sus 630 kilos; de hechuras clásicas en Cuadri un sexto tan hondo como el que más, larguísimo, chato y pechugón, y que se quedó sin ver del todo pero  fue seguramente el de mejor nota de los seis. Chato y un punto acochinado el cuarto, caídas las astas y acucharado de pitones, que eran cenicientos. El segundo fue el único sacudido y descolgado de carnes, pero, rizado y frondoso el cuello, un punto ensillado, era de seria estampa.

Ese segundo, ni tardo ni pronto, tuvo por la mano derecha entrega y velocidad. Ritmo también, sólo que ese denso ritmo tan caro de controlar que distingue al toro de los Cuadri. Por la izquierda se comía la muleta en el primer viaje pero se pensaba el viaje de vuelta: desparramaba la mirada y costaba aguantársela. Iván Fandiño se entregó con ese toro por una y otra mano. Iba a ser tarde grande de Fandiño. Fino en el saludo a la verónica, cinco capotazos de brega perfectos. Como hacía viento, Fandiño escogió el terreno de  tablas que hay en las Ventas entre los dos burladeros de sol, dio adentros al toro en decisión inteligente y le ligó tres tandas en redondo de mano baja francamente buenas. Un poco al hilo, algún cite a la voz: con eso viajó cómodo el toro.

La prueba mayor fue tomar por la zurda al toro. Lo propio habría sido ligar el natural con el de pecho obligado: en tandas de dos. Cuando fueron dos de tanda, hubo clamor.  La resistencia del toro a tomar en la suerte natural el segundo y no tanto el tercero hizo la pelea emocionante. No tan redonda como la del arranque. Una estocada rápida y arriba, pero tendenciosa. Fandiño renunció a descabellar, tardó en doblar el toro, sonó un aviso y no llegó a cuajar la petición de oreja.

Estaba para el torero de Orduña la fiesta porque el quinto galopó de salida, Fandiño le sacó los brazos y se embraguetó en lances difíciles de mano baja. Abrochó con dos medias buenas, y el toro seguía embistiendo, y galopó en banderillas. Cuatro lances buenos más de Fandiño en un quite sencillo pero notable y, luego, una faena que, con su punto de precipitación, fue por todo fiesta mayor. No completa, porque el toro iba a salirse suelto al cabo de seis o siete tandas de mucho darse sin tregua. Pero con el regusto de la ambición, el valor y el temple: en los medios Fandiño pese al viento para arrancar sin pruebas y resistir los ataques del toro cuando se vino por abajo pero casi en tromba. Cinco y el cambiado de remate. Tres veces ese juego. Entonces llegó la primera protesta del toro, como si pidiera tiempo. Llegó a haber, con todo, una tanda soberbia con la diestra y dos limpias con la izquierda. Y un sorprendente final de toreo de costadillo a la antigua abrochado con uno de pecho. Y una estocada ligeramente desprendida.

Flotó el aire de las orgías toristas. Singulares la salida y los primeros compases de los seis toros. Frío un primero que, sin celo, iba a entrar en el cupo negativo; enterándose pero arreando ágil y en serio el segundo, que fue de los bravos; frenándose y espantándose un tercero monumental, de pinta castaña, que es rareza en la ganadería y que, al estirarse y descararse en la frontera de sol y sombra, como deslumbrado, pareció crecer diez palmos y tomarle el pulso al cónclave entero; olisqueando y frenándose el cuarto, que se frenó cicatero; con alegría el quinto; con ganas de correr el sexto.

Quinto y sexto completaron en distintos estilos la cuota brava, que era obligada. San Isidro ha resultado un fiasco general de las ganaderías de sello torista y Cuadri vino a salvar el honor de ese bando. No sin tropezones sonados,  porque los dos toros del lote de El Fundi fueron de mala nota. El cuarto, por renegarse, apalancarse y topar. Lo sangraron a modo tres puyazos que no fueron carantoñas, pero ya estaba definido el toro, cuyo babero badanudo se perfilaba en silueta rara de ver. El primero, que pegó cabezazos en el peto, se empezó revolviendo con listeza y acabó quedándose en las zapatillas y tirando ganchos con el pitón izquierdo. El Fundi no tuvo en esta doble baza más opción que la de demostrar su categoría en el toreo de castigo y recursos, lucido bella pero casi secretamente en muletazos por bajo que dejaron planchado al cuarto y en tres de pitón a pitón que rompieron los nervios al primero.

Por su estilo fronterizo entre la fiereza, la bravuconería y la bravura, por su casta indómita de toro que poco a poco se fue haciendo dueño absoluto de la situación, el tercero le puso a la corrida de Cuadri la dosis de veneno que marca una fecha. Tres puyazos en regla de toro jaquetón que, a oleadas o por derecho, se rompía en el caballo metiendo riñones pero salía después a galope tendido de huida y suelto y que, celoso en la muleta, no dejó a Alberto Aguilar casi ni ponerse porque se lo llevaba por delante, lo sorprendía y llegó a cogerlo y voltearlo como si fuera un juguete. También con el sexto se vio desbordado Aguilar, que no llegó a verle el aire al sexto. También ese toro le hizo sufrir. No tanto como el otro.