TOROSDOS

Se torea como se és. Juan Belmonte

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MADRID. Crónica de Barquerito: "Juan Mora, por la puerta grande"

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Dos faenas de gracia, inspiración y sabiduría, dos estocadas soberbias, tres orejas, gran triunfo. Buena tarde de toros: faenas distinguidas de Curro Díaz y Morenito de Aranda

Madrid, 2 oct. (COLPISA, Barquerito)

Madrid. 3ª de la feria de Otoño. Veraniego. Casi lleno.

Cinco toros de Torrealta (Paloma Eulate), de variadas hechuras y mucho trapío, de general nobleza pero desigual empleo, y un sobrero -3º- de Martín Lorca, cinqueño pasado, manejable.

Juan Mora, de verde oliva  y oro, dos orejas y una oreja. Salió a hombros. Curro Díaz, de verde esmeralda y oro, saludos y una oreja. Jesús Martínez “Morenito de Aranda”, de añil y oro, silencio y una oreja.

El banderillero Javier Palomeque, de la cuadrilla de Juan Mora, volteado por el primero, contusionado y llevado semiconsciente a la enfermería. Pronóstico pendiente de pruebas radiológicas. Juan Mora, levemente herido por el cuarto: un puntazo en el muslo, un fuerte golpe en la nariz. ABRIO corrida una mole inmensa de 615 kilos: un toro Retaco, número 18, negro, de Torrealta, muy cabezón, finas las puntas y aire deslavazado, como su trote de salida, perezoso e incierto. Venía sin emplearse ni descolgar, como de paso, al paso y cruzado. Se acostó por las dos manos. Andares de beodo. Se llevó por delante al banderillero Javier Palomeque, que cayó de espaldas y a plomo, sin consciencia. Juan Mora lidió con cabeza y estilo: lances de buen dibujo pero de sujetar al toro, que tardó en fijarse y estuvo haciendo hilo por sistema. Joya de la lidia fueron unos lances a una mano por delante, con cambio de mano de uno en otro, para meter al too casi bajo el caballo. Iba a tardar en definirse el toro tanto como en fijarse. Hubo apretones en banderillas.

Luego iba a llegar, sin dudas ni prisas ni pausas, una muy notable faena de Juan Mora. Notable por todo. Por la resolución: con tres muletazos de tanteo ya estuvo en marcha la cosa, y puesto y gobernado el toro. Por la firmeza: encajado, vertical el torero, pero suelto de brazos. Por la autoridad que confiere el torear con los vuelos del engaño a la manera clásica, sobre el espejo de tauromaquias como las de Antoñete o Manolo Vázquez. Por la sencillez muy fluida. Fue faena breve y grande, de las llamadas de “veinte muletazos”, porque no fueron muchos más, y porque, a medida que ganaba tiempo, ganaba en ritmo y fuerza.

La fortuna: primero, la mano derecha, sin que el toro rompiera en serio, sólo que seguía el engaño bien templado; y luego, la que fue, casi de sorpresa, la mano buena, la otra. Se aplomó el toro un poco, pero, dócil, humilló y, embebido en los vuelos, hizo el semicírculo enroscado. Muy despacio entonces Juan. Sencillo empaque al componer, perfectos los remates cambiados. Inteligente la solución de torear en un solo terreno, entre rayas y tablas. Ni un metro más. Detalle privativo de los maestros. En el momento justo, una estocada hasta la bola cobrada con fe ciega. Como siempre, Juan había salido a faenar con la espada de acero. Y rodó sin puntilla el toro. Dos orejas. Gran triunfo.

 (Entre paréntesis, Juan Mora tuvo la gentileza de brindar la muerte del toro a este cronista, que hace diez años vivió en un hospital de Jaén junto a su familia una noche casi trágica: una desafortunada cornada estuvo a punto de costarle a Juan a vida. Una de las más graves cornadas de los últimos tiempos. De modo que parecía un milagro no verlo torear tan sabiamente sino saberlo a hombros por la puerta de Madrid y con la vida por delante)

El triunfo de Juan con ese toro que acabó proclamándose tan noble encendió la corrida y, sin embalarla, vino a ser su mayor estímulo. Curro Díaz, en tarde bastante feliz, seguro y puesto, anduvo torero y fácil con un segundo muy astifino de bellas hechuras, el más bonito de todos, sólo que se rajó antes de tiempo y fue, además, toro de sólo una mano y poco gas. Se devolvió en banderillas y por lisiado un tercero de grandes apuntes. Con un sobrero de casi seis años de Martín Lorca que embistió a porrazos se empleó a tironcitos y con entrega Morenito de Aranda.

Saltó de cuarto un jabonero de amplísimo balcón, que hizo, de salida, cosas de toro corrido en el campo: soltarse de engaños sin atenderlos, irse sin barbear, ganas de correr. Una lidia precisa de Juan Mora, un quite por delantales clásicos –de perder el paso en la reunión y no ganarlo, y de golpear con las muñecas y no con los brazos- y un remate a punta de capote precioso. Con su desplante. No un calco de la primera faena, pues fueron toros distintos, pero muy pareja la estrategia: de torear sin violencia ni castigar, de convencer al toro con un caramelo, de irse Juan enroscando con él  más cada vez, de saber tocarlo, engancharlo y soltarlo.

Faena, por tanto,  de inteligencia, en un solo terreno, cuya única pausa en serio se resolvió con una reolina trazada por encima del flequillo pelirrojo de ese toro jabonero tan bien tenido. A la salida de un pase de pecho, igualado el toro en la suerte natural, volvió Juan a volcarse con la espada. Entera, pero un punto trasera. Lenta la agonía. Metido entre pitones para verlo rodar, Juan salió volteado y con un puntazo en el muslo. ¡Nada! Una oreja, la tercera. Juan le anudó al toro en el cuerno derecho la toalla de su mozo de espadas. Tarde redonda.

Y más luego: con un quinto de imponente remate –era como el segundo, pero en escala superior- Curro Díaz acertó con la tecla de torear de frente por abajo y despacito, en faena paciente y de aguante indesmayable, y remató con una de esas estocadas suyas y nuevas, en que la espada entra en parábola letalmente por el hoyo de las agujas. Da vértigo. El sexto, 600 kilos pero baja la cruz, fue el toro de mejor impulso, sobre todo por la mano izquierda, y Morenito de Aranda no lo dejó ir sino que, con majeza, ajuste y temple, lo ligó en tres tandas de mano baja que llegaron de verdad a la gente. Adornos clásicos del toreo de pastel. Con todo en la mano –la puerta grande, a plaza embalada- se le fue la espada a los bajos. A él, que lleva matados este año por arriba tantos toros.

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Post data para los íntimos.-  Me han brindado un toro. En Madrid, Juan Mora. Sé que dijo palabras preciosas y generosas, pero no acerté a escucharlas. Dos orejas. No sé cómo explicar la emoción. Todavía no lo he digerido. He cazado al vuelo la montera. No era fácil. La he tenido en el regazo durante toda la faena. El forro de seda escarlata mirando al cielo mientras, muy nervioso, hacía yo toda clase de conjuros. No podía ni tomar una nota.

Después de la segunda oreja, a Juan se le ha olvidado venir a recoger la montera del brindis. Mandó, cuando se dió cuenta, a uno de los banderilleros, Agustín Serrano, pero ya no daba tiempo. La gente del tendido me ha felicitado como si las orejas las hubiera cortado yo y no Juan. Se me ha llenado el buzón de enhorabuenas. Ahora empìezo a entender los toros. ¡Ya era hora!

Última actualización en Domingo, 03 de Octubre de 2010 09:54